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sábado, 31 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 85
EL DILUVIO Y NOÉ
Las aguas del juicio
Cristo apuró la copa y soportó aquella ira desatada con toda su furia. Se puso, judicialmente, bajo todo el peso de las demandas contra su pueblo, y gloriosamente extinguió cada pena y demanda que se le presentó. Es la creencia en esta obra perfecta de él la que trae paz al alma. Si el Señor Jesús ha sufrido y ha satisfecho todas las demandas planteadas en nuestra contra, si él ha removido todo estorbo, si ha deshecho todo pecado, si ha vaciado la copa de la ira y ha puesto fin a sus juicios, si él ha borrado toda nube y ha permitido la entrada de la clara luz de la justificación absoluta, ¿por qué no hemos de estar en paz? No hay ninguna razón en contra. La paz es nuestra herencia inalienable; nos toca entrar al goce de una bienaventuranza indeciblemente grande, a una invencible posición de seguridad, como el vasto fruto de esa obra que vino a demostrar el infinito amor de Dios y que fue ampliamente consumada en la perfecta expiación hecha una vez para siempre en la cruz.
Jehová cerró la puerta del arca: perfecta seguridad para Noé ¿Se sentía Noé ansioso a causa de esas ondas de la justicia venidera? De ninguna manera, pues cuando llegaron a derramarse sobre el mundo, él fue alzado por esas mismas ondas y llevado hasta una región de paz. Flotaba tranquilamente sobre las aguas que habían venido a ejecutar juicio sobre “toda carne”. Su posición es tal que el juicio no le puede tocar, pero es una posición en la que Dios mismo le puso. Bien podría haber dicho en el lenguaje triunfal de Romanos 8: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (v. 31).
Había recibido la invitación de Jehová mismo, como lo leemos en el capítulo 7: “Entra tú y toda tu casa en el arca” (v. 1); y cuando hubo obedecido ese mandamiento del Señor, “Jehová le cerró la puerta” (v. 16). No puede haber mayor motivo de seguridad. Es Jehová quien cuida la puerta, y nadie puede entrar ni salir sin que él lo disponga. Dios mismo con mano omnipotente había afianzado esa puerta, dejándole a Noé sólo una ventana que se abría hacia el lugar de donde provenía todo ese juicio, para que a su debido tiempo pudiese ver que no había quedado juicio pendiente contra él. La familia salvada podría mirar afuera solamente mirando hacia arriba, puesto que la ventana se había puesto en lo alto (6:16). No pudieron ver las aguas del juicio ni la muerte y desolación que ellas habían causado. La salvación, en la forma de esa arca de madera, se interponía entre una y otra cosa. No les quedó más que hacer que mirar hacia un cielo limpio, la morada eterna de Aquel que había condenado al mundo pero que, al mismo tiempo, les había salvado a ellos.
Continuará...
viernes, 30 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 84
EL DILUVIO Y NOÉ
Las aguas del juicio
No sabríamos apreciar en su justo valor la sabiduría con que el Espíritu Santo trata la ordenanza del bautismo en el pasaje citado más arriba. Sabemos qué abuso se ha hecho del bautismo y qué falso lugar ocupa esta institución en los pensamientos de muchos. Sabemos que la virtud que sólo pertenece a la sangre de Cristo ha sido atribuida al agua del bautismo, como lo ha sido también la gracia regeneradora del Espíritu Santo. De ahí que no nos sorprenda la manera en que el Espíritu de Dios protege esta verdad estableciendo que ella no proviene del despojamiento de las inmundicias de la carne, como por el agua, “sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios”, “aspiración” en la que nosotros entramos no por medio del bautismo —por importante que él sea en su debido lugar— sino “por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:21), “el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25).
Es superfluo decir que, como institución divina, y cuando se le deja el lugar que Dios le ha asignado, el bautismo es muy importante y profundamente significativo; pero, cuando vemos hombres que reemplazan, de una manera u otra, la sustancia por la figura, tenemos la necesidad de poner al descubierto la obra de Satanás por medio de la Palabra de Dios.
Este pasaje es altamente significativo. Se nos presenta la doctrina del arca y su historia en relación directa con la muerte de Jesucristo. Como en el diluvio, así en la muerte del Salvador todas las ondas y las olas del juicio divino pasaron sobre aquello que en sí no tenía pecado. La creación fue sepultada bajo las aguas de la justa ira de Jehová, y el Espíritu de Cristo exclama: “Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí” (Salmo. 42:7). He aquí una verdad profunda para el corazón y la conciencia del creyente. Todas las ondas y las olas de la ira de Dios pasaron sobre la inmaculada persona del Señor Jesús mientras colgaba en la cruz, y, como consecuencia ineludible, ni una de ellas queda para pasar sobre la persona del creyente. En el Calvario vemos en verdad cómo “fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas” (7:11). “Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas” (Salmo 42:7). Continuará...
jueves, 29 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 83
EL DILUVIO Y NOÉ
El arca, imagen de la cruz de Cristo
En esto hallamos otra vez tipificada la doctrina de la cruz. Aquí está la declaración del juicio divino que en su sentencia abarca a toda la naturaleza. Al mismo tiempo se revela aquí la gracia salvadora en toda su amplitud y en su adaptación a las personas que, en el juicio de Dios, han llegado hasta el último nivel de la moralidad humana. “Nos visitó desde lo alto la aurora” (Lucas 1:7.8). ¿Dónde? En el mismo lugar donde la humanidad se halla postrada en su condición de pecado, en el abismo de su ruina moral. No hay ningún punto en el deplorable estado de desgracia en que se halle el pecador y rebelde en que no haya penetrado la luz de esa bendita Aurora; y el primer efecto de su presencia es siempre el de revelar nuestro verdadero carácter. La luz juzga todo lo que le sea contrario, pero, al mismo tiempo, nos da “redención por su sangre, el perdón de pecados” (Efesios 1:7).
Las aguas del juicio
La cruz nos habla primeramente para decir que Dios ha pronunciado su juicio sobre “toda carne”, pero en seguida anuncia su salvación para el pecador culpable. El pecado queda perfectamente condenado y el pecador perfectamente salvado, mientras que Dios se revela y glorifica en toda su perfección en la obra consumada en la cruz. Si el lector se detiene aquí unos momentos para estudiar la primera epístola de Pedro, hallará algunos comentarios inspirados que arrojan mucha luz sobre todo este asunto. En el capítulo 3, versículos 18 a 22, leemos: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó (por medio de Noé) a los espíritus (que ahora están) encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. Continuará...
miércoles, 28 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 82
EL DILUVIO Y NOÉ
La fe de Noé
La Palabra de Dios, juntamente con el Espíritu Santo —el único que sabe interpretar esa Palabra y aplicarla a nuestra condición diaria— es todo lo que necesitamos para nuestro equipo completo, “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”, bajo cualquiera forma que se nos presente (2. Timoteo 3:16, 17). ¡Qué consolador es esto y qué descanso proporciona al corazón! Estamos seguros contra todas las asechanzas de Satanás y todas las perplejidades que causan las imaginaciones del hombre. ¡La pura e incorruptible Palabra de Dios que vive y permanece para siempre! Adoremos a Dios por este don inconmensurable. “Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos (los hombres) era de continuo solamente el mal”, pero el corazón de Noé halló un refugio sencillo en la Palabra de Dios.
El arca, imagen de la cruz de Cristo
“Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra. Hazte un arca de madera de gofer” (v. 13,14). En estas palabras hallamos la ruina de los hombres y el remedio divino. Al hombre se le ha permitido proseguir su carrera vertiginosa hasta que llegue a su fin legítimo y lleve a cabo hasta la madurez las consecuencias naturales de sus principios de inmoralidad. La levadura obra en la masa hasta que toda queda leudada. El mal tiene que llegar a su colmo porque no hay elementos que lo detengan. “Toda carne” se había corrompido a tal grado que ya no podía ser peor. No quedaba más remedio sino que Dios la rayera completamente de la faz de la tierra y que, al mismo tiempo, salvara a todos aquellos que se hallaban de conformidad con sus designios eternos, ligados con «el octavo», el único hombre justo que entonces vivía sobre la tierra. Continuará...
martes, 27 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 81
EL DILUVIO Y NOÉ
La fe de Noé
Todavía “no se veía”, pero la Palabra de Dios lo convirtió en una realidad para el corazón que supo mezclar esa Palabra con ía fe. La fe no espera ver las cosas antes de creerlas, pues “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Lo único que necesita saber el hombre de fe es que Dios ha hablado; entonces procede en su trabajo con toda certidumbre y confianza. Para tal hombre, la expresión “Así ha dicho Jehová” lo determina todo. Una sola frase de la Palabra de Dios es una respuesta amplia a todos los razonamientos y las especulaciones de la mente humana.
Cuando las convicciones del corazón tienen su base en las declaraciones de la Escritura, no le es difícil resistir toda la corriente de las opiniones y de los prejuicios contrarios de sus semejantes. Fue la Palabra de Dios la que sostuvo a Noé durante el largo período de servicio, y la misma Palabra ha sostenido a millones de santos desde entonces hasta ahora, a pesar de las contradicciones de los hombres. Por lo tanto, no podemos apreciar demasiado esta Palabra. Sin ella todo nos parecería oscuro e incierto; con ella todo es luz y paz. Donde brilla esta lámpara se distingue claramente el sendero seguro; donde no le es permitido arder, el alma se ve obligada a vagar entre el laberinto de las tradiciones humanas. ¿Cómo podría Noé haber predicado la justicia durante tantos años si no hubiera tenido la convicción de que Dios le había hablado y de que la amenaza del diluvio era una terrible realidad? De otra manera, ¿cómo podría" haber soportado la mofa y el menosprecio de un mundo hostil e incrédulo? ¿Cómo le fue posible hablar de un juicio destructor cuando ninguna nube cubría el horizonte? La Palabra de Dios era su única autoridad y el Espíritu de Cristo le indujo a ocupar con santa decisión aquella posición elevada e inamovible.
Ahora, querido hermano en Cristo, pensemos bien si hay otra cosa con la que podamos defendemos, en el servicio que prestamos a Cristo, contra los elementos de esta generación perversa. No la hay, ni la necesitamos. Continuará...
lunes, 26 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 80
EL DILUVIO Y NOÉ
La fe de Noé
Dios anuncia su remedio a Noé con estas palabras: “Hazte un arca de madera de gofer” (v. 14). De esta manera Noé llegó a comprender la escena que le rodeaba y el propósito de Dios en cuanto a ella. El efecto de esa orden divina fue que quedaran en evidencia todas las raíces amargas de esa vida floreciente y hermosa que llenaba de orgullo y complacencia el ojo del hombre. El corazón de éste podría haberse henchido de satisfacción y su pecho de un justo sentimiento de patriotismo al contemplar la larga fila de sus contemporáneos que eran maestros en su arte, hábiles ingenieros, pujantes guerreros y hombres renombrados. Al sonido del arpa y la flauta sus almas se deleitaban, mientras sus manos cultivaban la tierra y proveían a las necesidades de sus familias. Todo era prosperidad y parecía contradecir la necesidad de un juicio inminente. ¡Ah! pero Dios había pronunciado la palabra muy solemne: “Raeré”. ¡Cuán negra sería la sombra que ese terrible fallo arrojaría sobre escena tan halagüeña!
¿No era posible que la inventiva del hombre hallara algún medio para desviar el desastre que le amenazaba? ¿No podría el hombre de pujanza forjar alguna liberación por medio de su mucha fuerza? ¡Ay, no! No hubo más que un modo de escapar, pero éste fue revelado a la fe y no a la vista, ni a la razón, ni a la imaginación.
“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor (eulabetheis) preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7). Dios hace que su Palabra arroje luz sobre aquello que ordinariamente engañará al corazón. Quita en el acto el velo dorado con que Satanás procura tapar la corrupción de un mundo vano y pasajero, y sobre el cual pende la espada del juicio divino. El hombre natural es gobernado por lo que ve y siente. El hombre de fe es dirigido por la pura Palabra de Dios, la que es para él un tesoro incalculable, una lámpara en lugar oscuro. Esa Palabra da firmeza a sus pasos, aunque en las circunstancias que le rodean se presenten mil obstáculos. Cuando Dios habló a Noé de un juicio destructor, no hubo ninguna señal de él. Continuará...
domingo, 25 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 79
EL DILUVIO Y NOÉ
Condición del hombre ante Dios
No debe ser permitida ninguna unión que afecte en lo más mínimo el respeto por la verdad. El lema del cristiano debe ser siempre: «Manténgase la verdad inviolable a todo trance». Si merced a esto se logra la unión de fuerzas, tanto mejor; pero la verdad no puede sufrir menoscabo. La política de la conveniencia es la que se oye con más frecuencia, y se expresa de esta manera: «Promuévase la unión a toda costa; si a la vez se puede sostener la verdad, bien, pero si no, la unión vale más».
Pero bien sabemos que puede haber un testimonio fiel sólo cuando la verdad no sufre de la manera que vemos como inevitable consecuencia de esas uniones no santificadas, tal como en el caso de los santos y profanos antediluvianos, entre aquello que era divino y lo que era humano, caso en el cual el bien resultó destruido y el mal llegó a su colmo y causó el derramamiento de los juicios de Dios sobre toda la humanidad.
Nunca deberíamos perder de vista que “la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica” (Santiago 3:17). La sabiduría de lo bajo habría comenzado por “pacífica”, y por eso mismo jamás puede ser pura. Dijo Dios: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” (v. 7). Ningún otro remedio habría surtido efecto. Tenía que verificarse una destrucción completa de todo aquello que había corrompido a la raza y la había desviado de los caminos de Dios. Los hombres fuertes, los hombres de renombre tenían que ser barridos sin distinción de sobre la faz de la tierra. “Toda carne” fue incluida en la condenación como indigna de habitar el mundo que Dios había hecho. “He decidido el fin de todo ser” (v. 13). No era el fin de una parte de la carne, porque toda se había corrompido a los ojos del Dios santo y no era posible redimirla. Había sido probada y había fracasado. Continuará...
sábado, 24 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 78
EL DILUVIO Y NOÉ
Condición del hombre ante Dios
Si las estudiamos a la clara luz de la presencia de Dios, no podemos imaginamos ni por un momento que haya ventaja alguna para los cristianos en el hecho de entrar en relaciones íntimas con los hijos de este siglo, o en que la verdad de Dios se confunda con las ideas de los hombres. Ése no es el modo divino de propagar la verdad o de promover los intereses de aquellos que han sido llamados para ser sus testigos en la tierra. La completa separación entre el bien y el mal es el único principio que Dios reconoce, y es imposible violar este principio sin que suframos gran menoscabo moral.
En la narración que tenemos delante de nosotros vemos que las uniones entre los “hijos de Dios” y “las hijas de los hombres” tuvieron consecuencias desastrosas. Es cierto que parecían muy ventajosas y sobremanera deseables a juicio de los hombres, pues leemos que, como resultado de esta mezcla de sangre, “éstos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre” (v. 4). Pero Dios no le dio su aprobación. Él no mira como mira el hombre. Sus pensamientos no son como los nuestros. “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (v. 5). Éste es el cuadro de su condición moral: “solamente el mal”, “de continuo solamente el mal”. Éso ocurre cuando se mezcla lo sagrado con lo profano, y así tiene que suceder siempre. Si la buena semilla no se conserva buena y pura, pierde su derecho a ser testigo y a propagar la verdad en la tierra. El primer esfuerzo de Satanás se dirigía hacia la destrucción de la semilla santa y, cuando vio frustrado ese designio, procuró corromperla.
Tiene mucha importancia que el lector comprenda bien lo que la historia nos quiere dar a conocer por medio de esta unión entre “los hijos de Dios” y “las hijas de los hombres”. Existe semejante peligro en los esfuerzos de algunos para comprometer la verdad en obsequio de la armonía y la unión. Es preciso defendemos contra estos compromisos gratuitos. Continuará...
viernes, 23 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 77
EL REINADO DE LA MUERTE
La esperanza de la Iglesia
Bien puede tener también conocimiento de su poder en su propia experiencia y manifestarlo en su vida. Aunque carezca de la inteligencia necesaria para comprender la interpretación de las profecías, nunca se ve privado de la bendición de gozar de la realidad, del consuelo, del poder y de la virtud elevadora de esa bendita esperanza celestial que le pertenece como miembro del cuerpo celestial de la Iglesia, para la cual es la promesa, no solamente del amanecer del día que verá el fulgor del “Sol de justicia”, sino también la bendición de esta otra promesa que se cumplirá primero: la salida de la “estrella de la mañana”. Igualmente, así como en el mundo físico el lucero de la mañana ilumina con su suave luz los rostros de los que han madrugado para saludar su brillo, así el Cristo se manifestará con dulces bendiciones a la Iglesia que le espera, antes de que el resto de Israel vea los rayos del Sol naciente.
EL DILUVIO Y NOÉ
Condición del hombre ante Dios
Hemos llegado ahora a una muy marcada y muy importante división de este libro. Enoc ha pasado adelante. Su vida de peregrino en la tierra ha dado lugar a su glorificación celestial. Fue quitado antes de que la corriente humana de maldad se hubiera desbordado y antes de que las copas de la ira de Dios hubiesen sido derramadas. Es evidente que su vida había producido poco efecto en sus contemporáneos, porque no hicieron caso alguno a su extraño modo de dejar este mundo: “aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas” (v. 1-2).
La mezcla de aquello que es de Dios con lo humano es una forma de mal que se presta como instrumento de Satanás para manchar seriamente el testimonio de Cristo en la tierra. Esta mezcla podría tener las apariencias de una cosa muy deseable. Puede tomar la forma de una propaganda santa, la extensión vigorosa de un influjo divino, algo que causara regocijo y no una cosa de lamentar; pero la interpretación de estas influencias dependerá de nuestro punto de vista. Continuará...
jueves, 22 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 76
EL REINADO DE LA MUERTE
La esperanza de la Iglesia
Se ha dicho que la cruz y la venida del Señor marcan los dos extremos de la vida de la Iglesia en la tierra, los que han sido tipificados por el sacrificio de Abel y la traslación de Enoc. La Iglesia llega a conocer su completa justificación por la muerte y la resurrección de Cristo, y espera la llegada del día en que él vuelva para recibirla en su seno. Ella, por el Espíritu, aguarda por fe la esperanza de la justicia (Gálatas _5:5). No espera la justicia, porque ella es su posesión actual, por gracia de Dios, sino que alienta la esperanza, la cual pertenece propiamente a la nueva condición en la cual ha sido introducida. Es preciso que pensemos con toda claridad al tratar este asunto.
Algunos comentadores de las profecías bíblicas han caído en errores a este respecto, debido a que no han comprendido bien el carácter, la posición, las bendiciones y la esperanza de la Iglesia. Han rodeado con tantas neblinas oscuras la doctrina de la “estrella de la mañana” (Apocalipsis 2:28) —verdadera esperanza de la Iglesia—que muchos de los santos no parecen capaces de superar lo que era la esperanza de un pequeño resto de los fieles israelitas, a saber: que “nacerá el Sol de justicia y en sus alas traerá salvación” (Malaquías 4:2). Ni es esto lo peor. Muchos se han privado del estímulo moral de una esperanza cifrada en la segunda venida del Señor Jesucristo, por cuanto se les ha enseñado a esperar primero ciertos acontecimientos y eventos que —dicen— deberán preceder su manifestación personal a la Iglesia. Por ejemplo, dicen que, antes de que Jesucristo venga, es menester que los judíos sean restablecidos, que se complete la profecía dada en la imagen de Nabucodonosor y que se verifique la manifestación del “hombre de pecado”. Sería fácil probar con muchos pasajes del Nuevo Testamento que ello no es cierto, si éste fuera el lugar para considerarlos.
La Iglesia, como Enoc, será arrebatada de en medio del mal que le rodea y librada del mal venidero. Enoc no fue obligado a permanecer en el mundo hasta que la iniquidad de esa generación llegara a su colmo y la sentencia de la justicia divina cayese sobre ella. No presenció ese trastorno de “todas las fuentes del grande abismo” (Génesis 7:11) ni el abrimiento de las ventanas del cielo. Fue trasladado antes de que estas cosas acontecieran, y se nos presenta (a los ojos de la fe) como un tipo hermoso de todos aquellos que no dormirán, sino que serán “transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos” (1 Corintios 15:51, 52). El traslado, y no la muerte, era la esperanza de Enoc, y se puede decir con la misma sencillez que el privilegio de la Iglesia es “esperar de los cielos a su Hijo” (1 Tesalonicenses 1:10). Todo esto está al alcance del cristiano más sencillo, quien podrá gozar de ello en toda su plenitud. Continuará...
miércoles, 21 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 75
EL REINADO DE LA MUERTE
Es muy evidente, por cierto, que Enoc no conocía nada del demasiado común proceder de sacar el mejor partido de los dos mundos, o más bien del mundo y del cielo. Para él, en ese sentido, no había más que un mundo, a saber, el cielo. Lo mismo debe ser para nosotros. ¡Cuántas experiencias personales encierra esta expresión “andar con Dios”! Sgparación, abnegación, santidad y pureza personal.
También debió de haber ejercitado todas las virtudes de la gracia, la mansedumbre, la paciencia, la humildad y la ternura, sin dejar de manifestar los otros caracteres que llamamos varoniles (el celo, la energía, la fidelidad, el ánimo resuelto y el propósito determinado). El hecho de andar con Dios encierra todas las actividades de la vida activa, como también sus virtudes pasivas. Incluye el conocimiento del carácter de Dios tal como él se ha revelado. Implica también una comprensión inteligente de la relación personal que se mántiene con él. No es una vida guiada por meras fórmulas o regulada por una serie de ordenanzas fijas ni que se expresa por medio de ciertas decisiones que le llevan a uno de un lado a otro. Andar con Dios es más que todas y cada una de estas cosas. Es, además, una actitud que lleva al hombre a ejecutar acciones que pugnan con las opiniones ordinarias de los hombres, y aun de las de sus hermanos en la fe, si éstos no andan con Dios. Algunas veces se nos puede acusar de estar haciendo demasiado, y otras de estar haciendo muy poco. Pero la fe que nos capacita para “andar con Dios”, nos ayuda también a estimar en su justo valor las sugestiones y las opiniones de los hombres.
La esperanza de la Iglesia
De modo que en las historias de Abel y Enoc tenemos mucho material valioso para instruimos en cuanto al sacrificio sobre el cual descansa la fe, como también con respecto a la perspectiva que la esperanza nos abre. Además, el buen ejemplo de la vida obediente de Enoc nos sirve de estímulo para regular nuestra conducta durante los años de espera. “Gracia y gloria dará Jehová”; son los dos extremos de la obra de nuestra salvación: la gracia indica el comienzo y la gloria el fin de esa obra. En el intervalo tenemos la seguridad bendita de que “no quitará el bien a los que andan en integridad” (Salmo 84:11) Continuará...
martes, 20 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 74
EL REINADO DE LA MUERTE
La muerte queda detrás de nosotros, echada para siempre a nuestras espaldas. El futuro, todo el futuro, contiene solamente gloria y paz sin nubes. El cristiano vive, pues, tranquilo y, si le toca “dormir en Cristo”, no considera que le haya sobrevenido la muerte sino que ha pasado adelante para conocer más a fondo la vida verdadera. Esto de separarse del cuerpo es un mero incidente en la vida que no afecta en nada su esperanza de encontrarse con Cristo en el aire, para estar con Él y para ser hecho semejante a Él para siempre.
Enoc no pasó por la muerte (Imagen de los santos vivientes que serán arrebatados al cielo). De todo esto tenemos una hermosa ejemplificación en el caso de Enoc, quien constituye la única excepción en la lista de hombres que «vivieron y murieron» en sucesión monótona, según cuenta el historiador sagrado en el capítulo 5. Aquí la biografía de todos se reduce a la simple declaración: “murió”. De ninguno se dice: no verá la muerte. Pero de Enoc leemos: “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios”
(Hebreos 11:5). Enoc formó parte de la séptima generación desde Adán, y nos parece muy interesante descubrir que a la muerte no le fue permitido triunfar sobre “la séptima”, sino que en este caso Dios interrumpió la sucesión para sacar un trofeo como en aras de la propia victoria que más tarde obtendría sobre la muerte y sobre todo el poder de ella. El corazón, después de leer la triste historia de los séis casos de los que se dice “murió también”, se alegra al venir el séptimo y saber que éste no murió. Si nos preguntamos cómo fue eso y en qué consistía el cambio en el orden natural, la contestación es: ‘‘por la fe”. Enoc vivió conforme a la fe de su traslación y anduvo con Dios trescientos años. Esa vida de fe le separó de todo lo que le rodeaba. El hecho de andar con Dios revela necesariamente una actitud que no puede confundirse con el curso del mundo. Enoc lo comprendió así, porque en esa época el espíritu del mundo no vacilaba en expresarse abiertamente. Se oponía entonces, como se opone ahora, a todo aquello que emanaba de Dios. Este hombre de fe sentía que no tenía parte ni suerte con el mundo que le rodeaba, sino que debía dar su testimonio con paciencia respecto a la gracia de Dios y su juicio venidero. Los hijos de Caín podían ocuparse cuanto quisieran en" embellecer un mundo maldito, pero Enoc había descubierto otro mundo mejor en el que deleitarse, y vivía según el poder de su segura esperanza. Su fe no le fue dada para mejorar el mundo sino a fin de capacitarle para andar con Dios. Continuará...
lunes, 19 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 73
EL REINADO DE LA MUERTE
Es esto lo que llena de seguridad la vida terrestre del cristiano. Cristo es su vida, un Cristo resucitado y glorificado, un Cristo que triunfa sobre toda oposición. La tranquilidad de Adán dependía de su obediencia, de manera que, en el momento en que desobedeció, su vida fue decomisada como una prenda perdida. Pero Cristo, teniendo vida en sí mismo, bajó del cielo a este mundo, se enfrentó con todas las condiciones que habían rodeado al hombre y vivió en medio de ellas sin pecar. Entonces, sometiéndose a la muerte voluntariamente, destruyó al enemigo que tenía el poder de la muerte y, por medio de su gloriosa resurrección, llegó a ser la vida y la justicia para todos los que creen en su nombre.
Ahora es imposible que Satanás toque esta vida, sea en su fuente o en su curso, en su poder, en su operación o en su duración. Dios es su fuente; el Cristo resucitado es el canal de operación; el Espíritu Santo es su poder; el cielo es su esfera de acción y la eternidad es la medida de su duración. Por lo tanto, como era de esperar, para todo aquel que de este modo participa de la vida nueva, la escena ordinaria de su horizonte se transforma y, aunque es cierto que en medio de la vida estamos cara a cara con la muerte, es igualmente cierto para el cristiano que en medio de la muerte moral que le rodea en el mundo, en el que por fuerza está, posee la vida en abundancia. No hay muerte en esta nueva esfera a la cual Cristo introduce a su pueblo.
¿Cómo podría haberla? ¿No la ha abolido? Una cosa que ha sido abolida deja de existir, y la Palabra de Dios nos declara que, para el cristiano, la muerte en verdad ha sido abolida. Cristo entró en el mundo a fin de quitar la muerte y poner en su lugar la vida, de manera que nuestros ojos ya no contemplan la muerte sino la gloria de otra existencia abundante en la cual entramos, conducidos por su mano. Continuará...
domingo, 18 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 72
EL REINADO DE LA MUERTE
En entera conformidad con lo antedicho, en el capítulo 5 del Génesis tenemos la historia de los primeros siglos de la humanidad, en los cuales Tallamos el registro de la flaqueza humana . És cierto que algunos vivieron cientos dé años y que engendrarón “hijos e hijas”, pero de todos ellos se declara también que murieron. “Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés” (Romanos 5:14). “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez” (Hebreos 9:27). El hombre no puede, con todas sus invenciones de vapor y electricidad ni con el arte más refinado de su genio inventivo, librarse del aguijón de la muerte. Con todas sus energías no puede desviar de su cabeza la sentencia de muerte, aunque puede rodearse de todos los artefactos lujosos de la vida.
¿De dónde viene este enemigo extraño, la Muerte? Pablo nos da la respuesta cuando dice que “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (Romanos 5:12). Aquí tenemos el origen de la muerte. Vino por el pecado. El pecado rompió el vínculo que unía la criatura al Dios viviente, y, una vez hecho esto, fue entregada al dominio de la muerte, cuya mano pesada le es imposible ahora desechar. Todo esto es una de las tantas pruebas de su condición impotente que le incapacita para estar en pie delante de Dios.
No puede haber comunión entre el hombre y Dios sino mediante el poder de la vida, pero el hombre está bajo el poder de la muerte, de manera que, en su condición natural, no puede existir comunión. La vida no puede tener compañerismo con la muerte, pues son tan incompatibles como la luz y las tinieblas, la santidad y el pecado. El hombre tiene que hallar una base enteramente nueva si desea ponerse en contacto con Dios, y ese.nuevo principio es el de la fe, por medio de la cual llega a comprender que ha sido “vendido al pecado” (Romanos 7:14) y que está bajo pena de muerte. La fe le capacita al mismo tiempo para comprender que Dios es la fuente de una vida nueva, vida que está más allá del poder de la muerte y de sus ataques. Continuará...
sábado, 17 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 71
Un hombre mundano y un hombre de fe
Luego se siente libre para dedicar los restantes seis días de la semana a sus intereses temporales. Pero, tanto en un servicio como en otro, su afán está consagrado a promover su propio bienestar. Tal es el “camino de Caín”. Pesémoslo bien. Veamos por dónde comienza y adonde nos lleva, como así también cuál es el fin que nos propone.
¡Cuán diferente es el «camino de la fe»! Abel sintió el peso de la maldición y lo confesó. Vio la mancha del pecado y, con la energía de una fe santa, ofreció el único remedio que lo podía cubrir: un remedio divino. Buscó y halló refugio en Dios mismo y, en lugar de construir una ciudad en la tierra, halló una tumba en el seno de ella. La tierra, tan hermoseada y embellecida en la superficie con las creaciones ingeniosas de los hijos de Caín, estaba manchada con la sangre de un justo. Recuerde esto todo hombre del mundo. Recuérdelo también todo cristiano, cuyo ánimo sea camal y no espiritual.
Esta tierra que pisamos está manchada con la sangre del Hijo de Dios. La misma sangre que justifica a la Iglesia condena al mundo. La negra sombra de la cruz de Jesús se levanta muy alto para caer después sobre todo el fulgor y todo el oropel de este mundo efímero. A La gloria de este mundo pasa y toda su soberbia. Pronto dejará de existir y la escena que ahora deleita al ojo se marchitará como una flor. El “camino de Caín” dará lugar al error de Balaam en su forma más consumada, y entonces vendrá “la contradicción de Coré” (Judas 11). ¿Y después? El abismo abrirá su boca para tragar a los inicuos y serán entregados eternamente a la obscuridad de las tinieblas (Judas 13).
viernes, 16 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 70
Un hombre mundano y un hombre de fe
Todos los recursos del genio humano se ponen en juego para que este mundo produzca sus más ricos y raros frutos, y se suplen no solamente todas las necesidades materiales del hombre, sino una multitud de otros deseos que el apetito depravado ha creado, hasta que la raza entera se ocupa a diario en la tarea de proveer cosas que hace algún tiempo eran desconocidas, y que parecen tan importantes que la vida sería desabrida e inaguantable si no las tuviera. Por ejemplo, hace sólo algunos años que las gentes se conformaban con perder tres días en un viaje de cien millas, cosa.que ahora pueden hacer.en igual número de horas.
Pero, en lugar de estar contentos con el cambió, se molestan sobremanera si el tren llega diez minutos atrasado. El hombre procura ahora vivir sin molestias. Tiene que viajar sin fatiga, tiene que recibir las noticias mundiales todos los días. Ha atravesado los continentes con sus rieles de acero, ha dominado las distancias de los océanos con sus alambres eléctricos, como una anticipación de la profecía que dice que “el mar ya no existía más” (Apocalipsis 21:1). Es cierto que el Señor permite que estas mismas cosas mundanas sirvan para adelantar los intereses del reino de Dios, pero esto no debe impedimos reconocer cuál es el verdadero espíritu de desasosiego que impulsa al hombre natural a emprender estas obras.
Además de todo esto, existe una sobreabundancia de religiosidad. Pero aun el espíritu más caritativo tiene que confesar que es una religión sólo en apariencia y que algún defecto radical —como algún tomillo que faltara de una máquina— impide la operación satisfactoria de aquello que se ha inventado y construido, no para agradar a Dios, sino para conveniencia o exaltación del hombre. Éste, sea inteligente o ignorante, no desea estar sin religión. Ello no convendría a sus ideas de respeto de sí mismo, y, por lo tanto, acostumbra dedicar un día de cada siete a la religión, a fin de satisfacer su conciencia, con lo que —como él dice— se consideran debidamente sus «intereses eternos». Continuará...
jueves, 15 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 69
Un hombre mundano y un hombre de fe
En su incredulidad demuestra los frutos maduros de su caída, en la que se ve que ha perdido todo justo concepto de Dios. No aspiró a tener perdón porque no quiso tener relaciones con Dios. Tampoco comprendió la verdad en cuanto a su propia condición, y lo fatal de esa ignorancia fue que ella ahogó en él toda aspiración a una reconciliación con Dios. Su único deseo fue alejarse de la presencia de Dios y estar libre para mezclarse con los asuntos del mundo. Creyó que podía vivir muy bien sin Dios, y, desde luego, se ocupó en mejorar sus condiciones materiales, rodeándose de adornos y de comodidades a fin de convertir el mundo en otro paraíso muy placentero y respetable, a pesar de la maldición que descansaba sobre la tierra y el hecho de que era un fugitivo y un vagabundo (v. 12).
El camino de Caín
Tal fue el “camino de Caín”, en el que andan millones de sus hijos. No son personas desprovistas de todo elemento religioso en su carácter. Es decir, no quieren vivir enteramente apartados de Dios, y de vez en cuando procuran traerle alguna ofrenda. Les parece justo manifestar su reconocimiento a Dios por medio de algún presente que simbolice el fruto de sus labores. Se desconocen a sí mismos y viven ignorantes del carácter de Dios. Pero su mayor afán es cómo mejorar las condiciones de vida en este mundo, llenándola de placeres y comodidades y procurando aumentar su belleza natural. El remedio de Dios para limpiar el mundo es rechazado y sustituido por el remedio del hombre. Éste es “el camino de Caín” (Judas 11).
Basta mirar a nuestro alrededor para convencemos de la popularidad universal de tal “camino”. Aunque este suelo fue manchado con la sangre de uno “mayor que Abel”, esto es, con la sangre de Cristo, igualmente vemos cómo el hombre desea hacer de ese suelo un agradable escenario. Como en los días de Caín, se oye el sonido del arpa y del órgano, haciendo que el oído humano se vuelva sordo a ese clamor que subió primero del suelo pidiendo venganza y después de la cruz pidiendo perdón para ellos. Continuará...
miércoles, 14 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 68
Un hombre mundano y un hombre de fe
Esta humillación no agrada al hombre natural, y luego se ve que se ensaña y que su semblante marca la desaprobación. No le sería posible explicar su enojo, porque no se presenta a la consideración alguna cualidad humana, sino sólo la del terreno que ocupa delante de Dios.
Si Dios hubiera aceptado a Abel debido a algo que hubiese habido en sí mismo, con razón Caín habría podido indignarse y protestar. Pero sabemos que el agrado de Dios no se debió a la persona de Abel, sino que le aceptó en virtud del carácter de su ofrenda, y vemos luego que este testimonio de Dios deja a Caín sin excusa.
Todo esto se aclara bien en lo que sigue, cuando Jehová le dice: “Si bien hicieres”, es decir, si presentares ofrenda adecuada, “¿no serás enaltecido?” (v. 7). El «bien hacer» se refiere no a su conducta anterior, sino a su modo de sacrificar. Abel hizo bien cuando se cobijó en su ofrenda aceptable. Caín hizo mal cuando trajo una ofrenda sin sangre, y toda su conducta subsiguiente correspondió a su mal comienzo y a sus falsos principios.
“Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató” (v. 8). Esta historia se ha repetido mil veces. En todas las épocas los hombres y las religiones humanas han demostrado la misma índole. También la fe y la verdadera religión han poseído los mismos caracteres que les han puesto en pugna con el mundo en el eterno conflicto suscitado entre ambos.
Nos conviene notar aquí, pues, cómo el acto homicida de Caín era un fruto natural y legítimo de su falsa religión. Puesto que comenzó mal con un fundamento falso, era natural que el edificio resultara defectuoso. Ni debemos suponer que la muerte de su hermano le podría haber detenido en su carrera de maldad. Al oír el juicio de Dios y recibir la sentencia, pensó luego que no había más perdón para él y que era inútil permanecer ya en la presencia de Dios. Sale, pues, de esa presencia bendita sin pedir perdón, construye una ciudad y educa a su familia en las artes y las ciencias, teniendo entre sus descendientes ganaderos, músicos y mecánicos. Como ignora por completo el carácter de Dios, declara que su pecado es demasiado grande para ser perdonado, no porque conozca realmente su pecado, sino porque no conoce a Dios. Continuará...
martes, 13 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 67
Un hombre mundano y un hombre de fe
El creyente, al reconocer que es un pobre y vil pecador, sin mérito alguno, se ha acercado a Dios en el nombre de Cristo y ha sido identificado con Él en su muerte como sustituto; ha sido aceptado en Él; se ha unido con todos aquellos que forman su cuerpo. Dios da testimonio, no con respecto a él, sino con respecto a su presente, puesto que no es otro que Cristo mismo. Todo esto le tranquiliza y le anima. Le queda el privilegio indeciblemente precioso de someter todo cuestionamiento y toda duda que se le plantee a la virtud de Cristo mismo y de su obra perfecta. “Todas mis fuentes están en ti” (Salmo 87:7). En él nos gloriamos todo el día. Nuestra confianza no está en nosotros mismos sino en él, quien supo comenzar y acabar. Dependemos de su nombre, nos fiamos de su obra, nos admiramos de su persona y vivimos en espera de su venida.
Irritación de Caín y homicidio de Abel
El hombre no regenerado se opone a esta verdad, tan consoladora para el creyente, y luego manifiesta su hostilidad. Así sucedió con Cain. “Se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante”. Lo que llenó a Abel de contentamiento, despertó en Caín el enfado. A causa de su incredulidad despreció el único modo de tener acceso a Dios. Rehusó ofrecer sangre, sin la cual no puede haber remisión. Luego, cuando comprendió que Dios no le recibió en sus pecados, en tanto que Abel fue recibido por sus presentes, “se ensañó Caín en gran manera y decayó su semblante”. Pero ¿de qué otro modo podría haber sucedido? Dios tuvo que recibirle de una manera u otra, con todos sus pecados o sin ellos. Como lo primero era imposible y Caín no quiso valerse del único modo de deshacerse de ellos, Dios no pudo menos que desecharle. De este rechazamiento brotan luego todos los frutos de una religión falsa. Caín persigue y al fin mata al testigo fiel, al hombre que había sido aceptado y justificado, y, al hacerlo, se pone a la cabeza de una gran generación de religiosos que obran de la misma manera en defensa de sus falsas doctrinas. En todo tiempo y en todo lugar los hombres se han mostrado dispuestos a perseguir a los de la fe contraria, y su fanatismo hace muy amarga su hostilidad, más que cualquier otra pasión humana. En la justificación amplia y perfecta que Abel recibe, Dios es el todo y el hombre no es nada. Continuará...
lunes, 12 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 66
Un hombre mundano y un hombre de fe
Un estudio de este punto sin duda aumentará en nuestra mente la convicción sobre lo completo de esa expiación por el pecado obrada en la muerte de Cristo, y bien sabemos que todo aquello que nos ayude a comprender mejor esta gloriosa realidad tendrá su efecto al afirmamos más y más en la posesión de la paz y al hacernos capaces de propagar más eficazmente la gloria de Cristo, toda vez que esta gloria está ligada a nuestro testimonio y a nuestro servicio.
Hemos hecho referencia a un punto de interés y de mucho valor en esta historia de Caín y Abel, a saber, la completa identificación de cada uno con su respectiva ofrenda. El lector no debe pasar por alto este punto. En el caso de ambos no se consideró la persona del que, adoraba, sino el carácter de su sacrificio. Por eso leemos en el comentario (Hebreos 11:4) que “Dios (dio) testimonio de sus ofrendas”. No dio testimonio en cuanto a Abel, sino acerca de lo que traía como ofrenda. Esto nos sirve para determinar aquello que ha de servir de base para que el creyente alcance la paz y la justificación delante de Dios.
En el corazón humano existe una constante tendencia a pensar que hay algo en nosotros que podría ser una razón para que seamos aceptos y que se nos conceda la paz de espíritu que anhelamos, aun cuando admitimos que ese algo es ayudado poderosamente por el Espíritu Santo. De esta tendencia resulta el mal hábito de inspeccionar el corazón en lugar de fijar la vista en otra cosa, como nos impulsa a hacerlo el mismo Espíritu. La gran pregunta a la que tenemos que responder no es: «¿Quién soy yo?» sino «¿Quién es Cristo?». Como el creyente ha venido a Dios en el nombre de Jesús, debe considerar que se ha identificado por completo con Cristo y ha sido aceptado en su nombre, y que de allí en adelante es tan imposible que sea rechazado como que el mismo Cristo lo sea. Antes que poner en duda la aceptación del más flaco de los creyentes, habría que poner en duda la aceptación de Cristo mismo. Como esto último es imposible, la seguridad del creyente descansa sobre un fundamento inamovible.
Continuará...
domingo, 11 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 65
Un hombre mundano y un hombre de fe
Caín no tuvo esta fe y, por lo tanto, no trajo sacrificio cruento. Abel tuvo fe y, por lo tanto, ofreció la sangre y la grosura que tipifican tanto la vida como la excelencia innata de la persona de Cristo. La sangre era tipo de la vida, y la grosura lo era de la perfección del gran arquetipo. Se prohibía comer tanto de la una como de la otra en la economía mosaica. La sangre era la vida, y el hombre bajo la ley no merecía ya la vida. Pero en Juan (cap. 6) se nos dice que, si no bebemos la sangre de Cristo, no tendremos vida en nosotros, pues Cristo es la vida. No hay ni una chispa de vida espiritual fuera de él. Todo lo que está fuera de Cristo está muerto. “En él estaba la vida” (Juan 1:4), y en ningún otro.
Él entregó su vida en la cruz, y a esa vida se le imputó, por la ley de la sustitución, el pecado del hombre, de manera que el pecado se clavó en la cruz juntamente con la Víctima bendita. Al entregar, pues, la vida, el Señor Jesús entregó al mismo tiempo el pecado que se le adjuntó, de manera que éste fue deshecho eficazmente y quedó enterrado en la tumba que presenció su muerte. De ella se levantó triunfante y sin pecado, con el poder de una vida nueva, a la cual se vincula la justificación, como el pecado se había vinculado a la vida que se expió en la cruz. Así se nos facilita la explicación de aquella expresión que nuestro Señor usó después de la resurrección: “Un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39). No dijo: «carne y sangre», porque en la resurrección no volvió a tomar en su sagrada persona la sangre derramada en la cruz para expiar el pecado. “Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona” (Levítico 17:11). Continuará...
sábado, 10 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 64
Un hombre mundano y un hombre de fe
Este principio vital, tan precioso para el bienestar del alma, participa de todo el valor, como también de toda la realidad y eficacia de la fuente de la que emana, y se arraiga una vez para siempre en el alma que es el objeto de sus propósitos. Esta fe justifica al alma (Romanos 5:1); purifica el corazón (Hechos 15:9); obra por medio del amor (Gálatas 5:6), y vence al mundo (1 Juan 5:41. Los sentimientos y las emociones nunca serían capaces de producir tales resultados. Pertenecen a la tierra y a la naturaleza humana. La fe pertenece a Dios y al cielo. Aquéllos se ocupan del yo mismo, mientras que ésta se ocupa de Cristo. Aquéllos miran hacia abajo y hacia el interior del corazón, mientras que la fe nos hace alzar la vista hacia Dios. Aquéllos dejan el alma en la duda y la oscuridad; ésta la conduce a la luz y a la paz.
Aquéllos tienen que ver con una condición naturalmente vacilante e insegura; ésta nos pone en contacto con la verdad inmutable de Dios y con el sacrificio perdurable de Cristo. No queremos negar que la fe produzca sus sentimientos intensos, sentimientos espirituales y emociones sinceras, pero no hemos de confundir nunca los frutos de la fe con la fe misma. No me justifico porque tengo éste o aquel sentimiento ni porque mi fe produce sentimientos, sino simplemente porque tengo fe. ¿Qué es, pues, la fe? La fe cree a Dios cuando habla, acepta su palabra como final y convincente, reconoce que es Dios el que se le revela en la persona y en la obra divina del Señor Jesucristo. Comprender a Dios tal como es, es la suma de toda bendición en la vida presente y en todo el porvenir.
Cuando el alma busca y halla a Dios, ha descubierto todo lo que necesita en esta vida y en la venidera. Pero Dios puede ser conocido y hallado sólo en la revelación que de sí mismo ha hecho y por medio de la fe que él mismo engendra y que se ejercita sobre esa revelación como el objeto de su creencia. Un sacrificio más excelente. Todas estas consideraciones nos ayudan a comprender algo del significado y de la virtud de la declaración que hemos hecho: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín”. Continuará...
viernes, 9 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 63
Un hombre mundano y un hombre de fe
Del mismo modo, nada, sino solamente el sacrificio inmaculado del Hijo de Dios, podrá traer reposo a la conciencia despertada. Todo aquel que por la fe echa mano de esta bendita realidad divina gozará de una paz que el mundo jamás podrá quitarle. Es el acto sencillo dé aceptar esta verdad el que constituye el ejercicio de la fe, por medio del cual el alma se posesiona de la paz salvadora. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín” (Hebreos 11:4).
No es, pues, una cuestión de sentimiento, como muchos desean considerarla. Es enteramente cuestión de creer y aceptar un hecho consumado, creencia que llega a arraigarse en el corazón por la operación del Espíritu Santo. Esta fe se debe distinguir de un sentimiento natural e impulsivo que pudiera conmover el corazón, como también se debe diferenciar de una conclusión lógica del entendimiento. Los sentimientos no son la base de la fe. Los actos de la inteligencia no lo son tampoco. La fe es algo más que una aprobación mental dada en apoyo de cierta proposición. Cuidémonos aquí de un error que podría ser fatal en sus consecuencias. No debemos reducir a elementos meramente humanos aquello que es, en su esencia, una obra divina. No rebajemos hasta el nivel del hombre una cosa que en realidad tiene su origen en Dios. La fe no es una cosa que pueda existir en el corazón hoy y desaparecer mañana. Es un principio imperecedero, que emana de una fuente eterna, de Dios mismo,- puesto que depende de la aprehensión de una verdad divina que se revela y se desarrolla en el corazón bajo el influjo de su Espíritu, el que obra personalmente sobre nuestro ser por medio de todas sus facultades y que pone al alma en comunicación directa con Dios.
El mero sentimiento o emoción nunca podrá subir más arriba de su fuente, que es el alma humana. La fe salvadora tiene que ver con" Dios y su Palabra eterna, sirviendo como una cadena viva que une el corazón que la abriga con el Dios que la inspira. Todos los sentimientos humanos, por más conmovedores que parezcan, todas las emociones humanas, por más intensas que sean, no nos pueden llevar a Dios. No son ni divinos ni eternos, sino que son humanos y pasajeros. Son como la calabacera de Jonás, que brotó en una sola noche y volvió a perecer en una noche. No es así la fe. Continuará...
jueves, 8 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 62
Un hombre mundano y un hombre de fe
Pero en este trance fatal se le presenta una vía de escape por medio de la cruz. En ese sacrificio, el pecador arrepentido puede hallar un remedio que Dios mismo ha proveído para remover su pecado y su culpabilidad. En ese sufrimiento del sustituto puede ver una transformación admirable. La muerte y el juicio dan lugar a la vida y a la gloria. Cristo satisfizo por completo todas las demandas de la justicia divina. “El cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10). Glorificó a Dios al deshacer aquello que podría habernos separado de él para siempre.
Quitó “de en medio el pecado” (Hebreos 9:26). ¿Dónde está éste, pues? Quedó abolido, borrado. Todo esto se simbolizó en el holocausto “más excelente” de Abel. Éste no hizo ningún esfuerzo para aminorar su culpabilidad u ocultar la verdad en cuanto a su pecado. No procuró desviar la espada llameante para forzar la entrada al huerto y llegar hasta el árbol de la vida. No pretendió agradar a Dios por medio de ofrendas vegetales con sus perfumes y colores delicados. Nada de eso. Se presentó delante de Dios como pecador y, reconociendo su culpabilidad, presentó la vida inocente de su víctima para que ésta cubriera sus faltas y para demostrar su reconocimiento de la santidad absoluta de Dios, quien aborrece el pecado. Ninguna cosa podía ser más sencilla. Abel mereció la muerte y el juicio, pero se salva porque se vale de un sustituto. De la misma manera toda alma débil y acongojada que reconoce su propia condenación busca un modo de escapar del juicio y lo halla en un Sustituto, Cristo, el sacrificio por excelencia, quien toma su lugar en todo sentido. El pecador, cual Abel, siente la impotencia y la nulidad de toda ofrenda vegetal, aunque sean los mejores frutos que la tierra haya producido, porque la conciencia dice que “la paga del pecado es muerte” y que “sin derramamiento de sangre no hay remisión”. Los frutos más ricos, las flores más fragantes, en la mayor profusión, no quitarán ni una sola mancha de la conciencia. Continuará...
miércoles, 7 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 61
Un hombre mundano y un hombre de fe
En otras palabras, comprendió la verdad gloriosa de que se había abierto un camino hasta Dios por medio de un holocausto; que Dios había convenido en que, por medio de la muerte de otro, se cubriese el pecado y sus consecuencias; y que las demandas de la naturaleza y el carácter del Dios santo fuesen satisfechas mediante la sustitución hecha por una víctima inmaculada, la que debía recibir en su persona la pena que el pecador merecía. Ésta es la doctrina de la cruz, la única que Dios ha autorizado, en la cual la conciencia del pecador puede hallar reposo, y la única con la que Dios es glorificado.
Todo pecador cuyo corazón Dios ha tocado siente que tiene frente a sí la muerte y el juicio, justa recompensa de sus obras. Siente, al mismo tiempo, que no le queda ningún remedio que sea eficaz para cambiar la situación y su destino. Puede trabajar y afanarse hasta el extremo; puede producir con el sudor de su frente una ofrenda que le parezca digna; puede hacer votos y consagrarse de nuevo a una vida de obediencia; puede cambiar por completo su modo de vivir,modificando totalmente su conducta exterior; puede ser reservado,moral, y justo; puede llenar todas las condiciones de lo que llamamos una vida religiosa, aunque carezca de la fe salvadora; puede hallar placer en la lectura de la Biblia, en la oración y en los sermones; en fin, puede llegar a la altura de las hazañas más nobles en la vida moral y, sin embargo, permanecer bajo la sentencia de la muerte y del juicio. Todos sus esfuerzos no podrán remover de su horizonte esas dos nubes negras. Allí están y allí le esperan, y no le queda más recurso que aguardar que la terrible tempestad se desate sobre su cabeza. Es imposible que cualquier obra del hombre le haga triunfar sobre estos enemigos y le salve de sus demandas. Al contrario, todas sus obras sólo sirven para amontonar sobre su cabeza las penas de sus faltas. Continuará...
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