viernes, 30 de agosto de 2024

GÉNESIS PARTE 84

EL DILUVIO Y NOÉ Las aguas del juicio No sabríamos apreciar en su justo valor la sabiduría con que el Espíritu Santo trata la ordenanza del bautismo en el pasaje citado más arriba. Sabemos qué abuso se ha hecho del bautismo y qué falso lugar ocupa esta institución en los pensamientos de muchos. Sabemos que la virtud que sólo pertenece a la sangre de Cristo ha sido atribuida al agua del bautismo, como lo ha sido también la gracia regeneradora del Espíritu Santo. De ahí que no nos sorprenda la manera en que el Espíritu de Dios protege esta verdad estableciendo que ella no proviene del despojamiento de las inmundicias de la carne, como por el agua, “sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios”, “aspiración” en la que nosotros entramos no por medio del bautismo —por importante que él sea en su debido lugar— sino “por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:21), “el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). Es superfluo decir que, como institución divina, y cuando se le deja el lugar que Dios le ha asignado, el bautismo es muy importante y profundamente significativo; pero, cuando vemos hombres que reemplazan, de una manera u otra, la sustancia por la figura, tenemos la necesidad de poner al descubierto la obra de Satanás por medio de la Palabra de Dios. Este pasaje es altamente significativo. Se nos presenta la doctrina del arca y su historia en relación directa con la muerte de Jesucristo. Como en el diluvio, así en la muerte del Salvador todas las ondas y las olas del juicio divino pasaron sobre aquello que en sí no tenía pecado. La creación fue sepultada bajo las aguas de la justa ira de Jehová, y el Espíritu de Cristo exclama: “Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí” (Salmo. 42:7). He aquí una verdad profunda para el corazón y la conciencia del creyente. Todas las ondas y las olas de la ira de Dios pasaron sobre la inmaculada persona del Señor Jesús mientras colgaba en la cruz, y, como consecuencia ineludible, ni una de ellas queda para pasar sobre la persona del creyente. En el Calvario vemos en verdad cómo “fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas” (7:11). “Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas” (Salmo 42:7). Continuará...

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