jueves, 22 de agosto de 2024

GÉNESIS PARTE 76

EL REINADO DE LA MUERTE La esperanza de la Iglesia Se ha dicho que la cruz y la venida del Señor marcan los dos extremos de la vida de la Iglesia en la tierra, los que han sido tipificados por el sacrificio de Abel y la traslación de Enoc. La Iglesia llega a conocer su completa justificación por la muerte y la resurrección de Cristo, y espera la llegada del día en que él vuelva para recibirla en su seno. Ella, por el Espíritu, aguarda por fe la esperanza de la justicia (Gálatas _5:5). No espera la justicia, porque ella es su posesión actual, por gracia de Dios, sino que alienta la esperanza, la cual pertenece propiamente a la nueva condición en la cual ha sido introducida. Es preciso que pensemos con toda claridad al tratar este asunto. Algunos comentadores de las profecías bíblicas han caído en errores a este respecto, debido a que no han comprendido bien el carácter, la posición, las bendiciones y la esperanza de la Iglesia. Han rodeado con tantas neblinas oscuras la doctrina de la “estrella de la mañana” (Apocalipsis 2:28) —verdadera esperanza de la Iglesia—que muchos de los santos no parecen capaces de superar lo que era la esperanza de un pequeño resto de los fieles israelitas, a saber: que “nacerá el Sol de justicia y en sus alas traerá salvación” (Malaquías 4:2). Ni es esto lo peor. Muchos se han privado del estímulo moral de una esperanza cifrada en la segunda venida del Señor Jesucristo, por cuanto se les ha enseñado a esperar primero ciertos acontecimientos y eventos que —dicen— deberán preceder su manifestación personal a la Iglesia. Por ejemplo, dicen que, antes de que Jesucristo venga, es menester que los judíos sean restablecidos, que se complete la profecía dada en la imagen de Nabucodonosor y que se verifique la manifestación del “hombre de pecado”. Sería fácil probar con muchos pasajes del Nuevo Testamento que ello no es cierto, si éste fuera el lugar para considerarlos. La Iglesia, como Enoc, será arrebatada de en medio del mal que le rodea y librada del mal venidero. Enoc no fue obligado a permanecer en el mundo hasta que la iniquidad de esa generación llegara a su colmo y la sentencia de la justicia divina cayese sobre ella. No presenció ese trastorno de “todas las fuentes del grande abismo” (Génesis 7:11) ni el abrimiento de las ventanas del cielo. Fue trasladado antes de que estas cosas acontecieran, y se nos presenta (a los ojos de la fe) como un tipo hermoso de todos aquellos que no dormirán, sino que serán “transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos” (1 Corintios 15:51, 52). El traslado, y no la muerte, era la esperanza de Enoc, y se puede decir con la misma sencillez que el privilegio de la Iglesia es “esperar de los cielos a su Hijo” (1 Tesalonicenses 1:10). Todo esto está al alcance del cristiano más sencillo, quien podrá gozar de ello en toda su plenitud. Continuará...

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