sábado, 31 de agosto de 2024

GÉNESIS PARTE 85

EL DILUVIO Y NOÉ Las aguas del juicio Cristo apuró la copa y soportó aquella ira desatada con toda su furia. Se puso, judicialmente, bajo todo el peso de las demandas contra su pueblo, y gloriosamente extinguió cada pena y demanda que se le presentó. Es la creencia en esta obra perfecta de él la que trae paz al alma. Si el Señor Jesús ha sufrido y ha satisfecho todas las demandas planteadas en nuestra contra, si él ha removido todo estorbo, si ha deshecho todo pecado, si ha vaciado la copa de la ira y ha puesto fin a sus juicios, si él ha borrado toda nube y ha permitido la entrada de la clara luz de la justificación absoluta, ¿por qué no hemos de estar en paz? No hay ninguna razón en contra. La paz es nuestra herencia inalienable; nos toca entrar al goce de una bienaventuranza indeciblemente grande, a una invencible posición de seguridad, como el vasto fruto de esa obra que vino a demostrar el infinito amor de Dios y que fue ampliamente consumada en la perfecta expiación hecha una vez para siempre en la cruz. Jehová cerró la puerta del arca: perfecta seguridad para Noé ¿Se sentía Noé ansioso a causa de esas ondas de la justicia venidera? De ninguna manera, pues cuando llegaron a derramarse sobre el mundo, él fue alzado por esas mismas ondas y llevado hasta una región de paz. Flotaba tranquilamente sobre las aguas que habían venido a ejecutar juicio sobre “toda carne”. Su posición es tal que el juicio no le puede tocar, pero es una posición en la que Dios mismo le puso. Bien podría haber dicho en el lenguaje triunfal de Romanos 8: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (v. 31). Había recibido la invitación de Jehová mismo, como lo leemos en el capítulo 7: “Entra tú y toda tu casa en el arca” (v. 1); y cuando hubo obedecido ese mandamiento del Señor, “Jehová le cerró la puerta” (v. 16). No puede haber mayor motivo de seguridad. Es Jehová quien cuida la puerta, y nadie puede entrar ni salir sin que él lo disponga. Dios mismo con mano omnipotente había afianzado esa puerta, dejándole a Noé sólo una ventana que se abría hacia el lugar de donde provenía todo ese juicio, para que a su debido tiempo pudiese ver que no había quedado juicio pendiente contra él. La familia salvada podría mirar afuera solamente mirando hacia arriba, puesto que la ventana se había puesto en lo alto (6:16). No pudieron ver las aguas del juicio ni la muerte y desolación que ellas habían causado. La salvación, en la forma de esa arca de madera, se interponía entre una y otra cosa. No les quedó más que hacer que mirar hacia un cielo limpio, la morada eterna de Aquel que había condenado al mundo pero que, al mismo tiempo, les había salvado a ellos. Continuará...

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