martes, 20 de agosto de 2024

GÉNESIS PARTE 74

EL REINADO DE LA MUERTE La muerte queda detrás de nosotros, echada para siempre a nuestras espaldas. El futuro, todo el futuro, contiene solamente gloria y paz sin nubes. El cristiano vive, pues, tranquilo y, si le toca “dormir en Cristo”, no considera que le haya sobrevenido la muerte sino que ha pasado adelante para conocer más a fondo la vida verdadera. Esto de separarse del cuerpo es un mero incidente en la vida que no afecta en nada su esperanza de encontrarse con Cristo en el aire, para estar con Él y para ser hecho semejante a Él para siempre. Enoc no pasó por la muerte (Imagen de los santos vivientes que serán arrebatados al cielo). De todo esto tenemos una hermosa ejemplificación en el caso de Enoc, quien constituye la única excepción en la lista de hombres que «vivieron y murieron» en sucesión monótona, según cuenta el historiador sagrado en el capítulo 5. Aquí la biografía de todos se reduce a la simple declaración: “murió”. De ninguno se dice: no verá la muerte. Pero de Enoc leemos: “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios” (Hebreos 11:5). Enoc formó parte de la séptima generación desde Adán, y nos parece muy interesante descubrir que a la muerte no le fue permitido triunfar sobre “la séptima”, sino que en este caso Dios interrumpió la sucesión para sacar un trofeo como en aras de la propia victoria que más tarde obtendría sobre la muerte y sobre todo el poder de ella. El corazón, después de leer la triste historia de los séis casos de los que se dice “murió también”, se alegra al venir el séptimo y saber que éste no murió. Si nos preguntamos cómo fue eso y en qué consistía el cambio en el orden natural, la contestación es: ‘‘por la fe”. Enoc vivió conforme a la fe de su traslación y anduvo con Dios trescientos años. Esa vida de fe le separó de todo lo que le rodeaba. El hecho de andar con Dios revela necesariamente una actitud que no puede confundirse con el curso del mundo. Enoc lo comprendió así, porque en esa época el espíritu del mundo no vacilaba en expresarse abiertamente. Se oponía entonces, como se opone ahora, a todo aquello que emanaba de Dios. Este hombre de fe sentía que no tenía parte ni suerte con el mundo que le rodeaba, sino que debía dar su testimonio con paciencia respecto a la gracia de Dios y su juicio venidero. Los hijos de Caín podían ocuparse cuanto quisieran en" embellecer un mundo maldito, pero Enoc había descubierto otro mundo mejor en el que deleitarse, y vivía según el poder de su segura esperanza. Su fe no le fue dada para mejorar el mundo sino a fin de capacitarle para andar con Dios. Continuará...

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