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viernes, 9 de agosto de 2024
GÉNESIS PARTE 63
Un hombre mundano y un hombre de fe
Del mismo modo, nada, sino solamente el sacrificio inmaculado del Hijo de Dios, podrá traer reposo a la conciencia despertada. Todo aquel que por la fe echa mano de esta bendita realidad divina gozará de una paz que el mundo jamás podrá quitarle. Es el acto sencillo dé aceptar esta verdad el que constituye el ejercicio de la fe, por medio del cual el alma se posesiona de la paz salvadora. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín” (Hebreos 11:4).
No es, pues, una cuestión de sentimiento, como muchos desean considerarla. Es enteramente cuestión de creer y aceptar un hecho consumado, creencia que llega a arraigarse en el corazón por la operación del Espíritu Santo. Esta fe se debe distinguir de un sentimiento natural e impulsivo que pudiera conmover el corazón, como también se debe diferenciar de una conclusión lógica del entendimiento. Los sentimientos no son la base de la fe. Los actos de la inteligencia no lo son tampoco. La fe es algo más que una aprobación mental dada en apoyo de cierta proposición. Cuidémonos aquí de un error que podría ser fatal en sus consecuencias. No debemos reducir a elementos meramente humanos aquello que es, en su esencia, una obra divina. No rebajemos hasta el nivel del hombre una cosa que en realidad tiene su origen en Dios. La fe no es una cosa que pueda existir en el corazón hoy y desaparecer mañana. Es un principio imperecedero, que emana de una fuente eterna, de Dios mismo,- puesto que depende de la aprehensión de una verdad divina que se revela y se desarrolla en el corazón bajo el influjo de su Espíritu, el que obra personalmente sobre nuestro ser por medio de todas sus facultades y que pone al alma en comunicación directa con Dios.
El mero sentimiento o emoción nunca podrá subir más arriba de su fuente, que es el alma humana. La fe salvadora tiene que ver con" Dios y su Palabra eterna, sirviendo como una cadena viva que une el corazón que la abriga con el Dios que la inspira. Todos los sentimientos humanos, por más conmovedores que parezcan, todas las emociones humanas, por más intensas que sean, no nos pueden llevar a Dios. No son ni divinos ni eternos, sino que son humanos y pasajeros. Son como la calabacera de Jonás, que brotó en una sola noche y volvió a perecer en una noche. No es así la fe. Continuará...
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