martes, 13 de agosto de 2024

GÉNESIS PARTE 67

Un hombre mundano y un hombre de fe El creyente, al reconocer que es un pobre y vil pecador, sin mérito alguno, se ha acercado a Dios en el nombre de Cristo y ha sido identificado con Él en su muerte como sustituto; ha sido aceptado en Él; se ha unido con todos aquellos que forman su cuerpo. Dios da testimonio, no con respecto a él, sino con respecto a su presente, puesto que no es otro que Cristo mismo. Todo esto le tranquiliza y le anima. Le queda el privilegio indeciblemente precioso de someter todo cuestionamiento y toda duda que se le plantee a la virtud de Cristo mismo y de su obra perfecta. “Todas mis fuentes están en ti” (Salmo 87:7). En él nos gloriamos todo el día. Nuestra confianza no está en nosotros mismos sino en él, quien supo comenzar y acabar. Dependemos de su nombre, nos fiamos de su obra, nos admiramos de su persona y vivimos en espera de su venida. Irritación de Caín y homicidio de Abel El hombre no regenerado se opone a esta verdad, tan consoladora para el creyente, y luego manifiesta su hostilidad. Así sucedió con Cain. “Se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante”. Lo que llenó a Abel de contentamiento, despertó en Caín el enfado. A causa de su incredulidad despreció el único modo de tener acceso a Dios. Rehusó ofrecer sangre, sin la cual no puede haber remisión. Luego, cuando comprendió que Dios no le recibió en sus pecados, en tanto que Abel fue recibido por sus presentes, “se ensañó Caín en gran manera y decayó su semblante”. Pero ¿de qué otro modo podría haber sucedido? Dios tuvo que recibirle de una manera u otra, con todos sus pecados o sin ellos. Como lo primero era imposible y Caín no quiso valerse del único modo de deshacerse de ellos, Dios no pudo menos que desecharle. De este rechazamiento brotan luego todos los frutos de una religión falsa. Caín persigue y al fin mata al testigo fiel, al hombre que había sido aceptado y justificado, y, al hacerlo, se pone a la cabeza de una gran generación de religiosos que obran de la misma manera en defensa de sus falsas doctrinas. En todo tiempo y en todo lugar los hombres se han mostrado dispuestos a perseguir a los de la fe contraria, y su fanatismo hace muy amarga su hostilidad, más que cualquier otra pasión humana. En la justificación amplia y perfecta que Abel recibe, Dios es el todo y el hombre no es nada. Continuará...

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