miércoles, 25 de septiembre de 2024

GÉNESIS PARTE 110

GÉNESIS ABRAHAM Y EL PAÍS DE CANAÁN La fe, fuerza motriz del alma Pero Dios no sólo comunica al creyente una naturaleza divina y no sólo la guía por sus preceptos divinos, sino que pone delante de él esperanzas acordes con esta naturaleza. Así ocurrió con Abraham. El “Dios de gloria” (Hechos 7:2) se le apareció, y ¿con qué objeto? Dios quería poner delante de él un objeto digno de poseer: “la tierra que yo te mostraré” (v. 1). En esto no había nada de obligación forzosa, pero Dios atraía el alma. Según la apreciación de la nueva naturaleza, o de la fe, la tierra de Jehová era mucho mejor que Ur o Harán; y, aunque no había visto esta tierra, la fe sabía apreciar su hermosura y su valor, juzgando que, para poseerla, valía la pena ahandonar las cosas presentes. Ésta es la razón por la cual leemos que “por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8), es decir que andaba por fe y no por vista (2 Corintios 5:7). Aunque sus ojos no habían visto, creía en su corazón; la fe era la gran fuerza motriz de su alma. La fe descansa en un fundamento mucho más sólido que la evidencia de nuestros sentidos físicos: la Palabra de Dios. Nuestros sentidos nos pueden engañar; la Palabra de Dios nunca. El sistema del legalismo niega por completo la doctrina de la nueva naturaleza, como así también los preceptos que la guían y las esperanzas que la animan. El legalista enseña que es preciso renunciar a la tierra para ganar el cielo. Pero ¿cómo puede la naturaleza caída abandonar aquello a lo que está ligada? ¿Cómo podrá sentirse atraída por lo que para ella no tiene atractivo alguno? El cielo no tiene atractivo para la vieja naturaleza; el cielo sería el último lugar donde ella querría estar. No siente gusto ni por el cielo, ni por lo que ocupa el cielo, ni por los moradores del cielo. Si fuera posible que la naturaleza caída entrara en el cielo, se hallaría a disgusto allí. Es incapaz de renunciar a la tierra e incapaz de sentir vivo deseo de alcanzar el cielo. Es verdad que se contentaría con escapar del infierno y de sus tormentos indescriptibles; pero el deseo de escapar del infierno y el deseo de alcanzar el cielo brotan de dos fuentes muy diferentes. El primero puede existir en la vieja naturaleza; el segundo sólo se halla en la nueva naturaleza. Si no hubiera “lago de fuego” (Apocalipsis 19:20; 20:10, 14, 15), gusano que no muere y “crujir de dientes” (Lucas 13:28) en el infierno, la vieja naturaleza nada temería. Y este principio es verdadero respecto a todos los deseos y todas las necesidades de esa naturaleza. Continuará...

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