lunes, 23 de septiembre de 2024

GÉNESIS PARTE 108

ABRAHAM Y EL PAÍS DE CANAÁN Casi huelga decir que, bajo este punto de vista, la cruz es tan perfecta como bajo el punto de vista anterior. La misma cruz que me une con Dios, me separa del mundo. El difunto ha terminado ya con el mundo, y el creyente, muerto con Cristo —por quien el mundo le es “crucificado” y él “al mundo” (Gálatas 6:14)— y resucitado con Cristo, vive unido a él en virtud del poder de una vida y naturaleza nuevas. Como está unido a Cristo inseparablemente, el creyente participa necesariamente de su aceptación por parte de Dios y de su menosprecio por parte del mundo. Estas dos cosas van juntas. La primera nos constituye adoradores y ciudadanos del cielo; la otra nos constituye testigos y extranjeros en la tierra. Aquélla nos introduce dentro del velo; ésta nos pone fuera del campamento, y la una es tan perfecta como la otra. Si se ha colocado la cruz entre mí y mis pecados, dándome la paz con Dios, también se ha colocado entre mí y el mundo, asociándome a Cristo —el desechado por los hombres—, haciéndome objeto de sus enemistades y constituyéndome a la vez en humilde y paciente testigo de la gracia preciosa, insondable y eterna que en ella se revela. El creyente debería comprender bien estos dos aspectos de la cruz de Cristo y hallarse en condiciones para distinguirlos. No debería hacer gala del disfrute de las bendiciones del uno y rehusar entrar en las condiciones del otro. Si tiene el oído abierto para oír la voz de Cristo dentro del velo, también debería tenerlo abierto para escuchar esa misma voz fuera del campamento. Si se apropia de la expiación que se ha llevado a cabo en la cruz, debería también realizar de hecho el vituperio que ello necesariamente implica. Lo primero fluye de la parte que Dios tuvo en la cruz; lo último fluye de la parte que el hombre tuvo en ella. Es nuestro bendito privilegio no solamente el hecho de haber acabado en ella con el pecado, sino también el de haber acabado en ella con el mundo. Todo está encerrado en la doctrina de la cruz, y ésta es la razón por la cual el apóstol ha podido decir: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14). Pablo consideraba al mundo como cosa que debía clavarse a la cruz, y el mundo, al crucificar a Cristo, había crucificado a todos los que le pertenecen. De ahí que exista una doble crucifixión en lo que respecta al creyente y al mundo, y si entráramos plenamente en ello, demostraríamos la completa y permanente imposibilidad de amalgamar los dos. Amado lector, meditemos estas cosas profunda y honradamente, con oración, y que el Espíritu Santo nos dé capacidad para penetrar en el completo poder práctico de ambas fases de la cruz de Cristo. Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario