sábado, 21 de septiembre de 2024

GÉNESIS parte 106

ABRAHAM Y EL PAÍS DE CANAÁN Pero, así como para Abraham fue la muerte la que rompió el lazo por el cual la naturaleza le ataba a Harán, así para nosotros es la muerte la que rompe el lazo por el cual la naturaleza nos ata al siglo presente. Es preciso que experimentemos que somos muertos en Cristo —nuestra cabeza y nuestro representante—, que nuestro lugar, en lo tocante a la naturaleza y al mundo, está en medio de las cosas que fueron, que la cruz de Cristo es para nosotros lo que fue el mar Rojo para los israelitas, a saber, que ella nos separa eternamente del país de la muerte y del juicio. Solamente así podremos andar, en cierta medida, “como es digno de la vocación” con que fuimos llamados (Efesios 4:1), vocación elevada, santa y celeste, el “llamamiento (o vocación) de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Dos aspectos esenciales de la cruz Paremos un momento aquí para contemplar la cruz de Cristo bajo sus dos aspectos esenciales, a saber: el fundamento de nuestro culto y nuestro servicio, de nuestra paz y de nuestro testimonio, de nuestra relación con Dios y de nuestra relación con el mundo. Si, convencido de pecado, contemplo la cruz del Señor Jesús, veo en ella el fundamento eterno de la paz: veo que mi “pecado” ha sido quitado en cuanto a su principio y a su raíz, y veo que han sido llevados mis “pecados”, veo que Dios está, de verdad, “por mí”, y que está por mí en la misma posición que me veía cuando fue despertada mi conciencia. La cruz revela a Dios cual amigo del pecador y se le revela en su carácter maravilloso de justo Justificador del pecador más impío. La creación y la providencia eran igualmente incapaces en este sentido. En ellas puedo, sin duda, descubrir la potestad de Dios, su majestad y sabiduría; pero estas cosas, consideradas en sí mismas de un modo abstracto, militan contra mí porque soy pecador, y la potencia, la majestad y la sabiduría no me pueden quitar el pecado ni hacer que Dios sea justo al recibirme. Con tinuará...

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