domingo, 9 de abril de 2023

EL SERMÓN DEL MONTE 10

1- CAPITULO DIEZ LA SAL DE LA TIERRA “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee” (Mateo 5: 13) La sal de todos es sabido que sirve especialmente para sazonar las comidas, para darle sabor a los alimentos; en el antiguo tiempo, en el tabernáculo se presentaban ofrendas de sal; La expresión “Ustedes son sal de la tierra” es una expresión metafórica, se podría decir entonces que, los creyentes o cristianos son considerados como elementos que dan sabor a este mundo. Entre las propiedades de la sal están las curativas, la sal sirve como antiséptico, para cicatrizar heridas, y en algunos usos extremos ha sido utilizada como dentífrico. Pero quizás el significado que más peso tiene, es el de preservante, en ausencia de hielo o un congelador, se usa para preservar los alimentos; una forma de preservar más tiempo las carnes o pescado es untarles sal y secarlos al sol. La sal nos habla también de pureza. Antes de que Dios someta este mundo a juicio, se asegura de poner a salvo a los suyos, los que han caminado en sus caminos, mientras ellos no estén a salvo, los juicios finales no comienzan; lo podemos ver en la época de Abraham cuando él intercede por Sodoma, en realidad Abraham estaba intercediendo por su sobrino Lot y su familia indirectamente, si ellos eran justos, Dios detendría su juicio contra Sodoma y Gomorra, pero la realidad era otra, a pesar de eso, por amor a Abraham, su amigo, Dios saca a Lot y a su familia de esas ciudades, y curiosamente cuando van saliendo, la esposa de Lot, desobedeciendo a los ángeles, vuelve su rostro para ver la destrucción de esas ciudades y se convierte en una estatua de sal. Más adelante vemos otro juicio, un diluvio que destruyó todo ser viviente de la faz de la tierra, menos su siervo Noé y su familia. Aprendemos de estas experiencias que mientras la iglesia permanezca en este mundo, no vendrá un nuevo juicio sobre la tierra, a menos que la iglesia sea llevada a un lugar seguro. “¿Puede comerse sin sal la comida desabrida? ¿Tiene algún sabor la clara de huevo? Mi paladar se niega a probarla; ¡esa comida me enferma!” (Job 6: 6-7) La sal en exceso es dañina para la salud del ser humano, pero si se usa moderadamente es buena porque da buena sazón a las comidas, es algo desagradable comerse algo que no tiene sabor, los cristianos no deben de ser personas simples en el sentido espiritual, la palabra que predicamos debe de ser respaldada por una vida íntegra, si vivimos contrario a lo que predicamos, es como decir que la palabra perdió su sabor. El agua es un tipo de la palabra, y la sal, un tipo de los creyentes, por eso debemos de tener cuidado, la sal purifica las palabras que salen de nuestra boca, las transforma en buena palabra, es como el carbón que purificó los labios de Isaías cuando se sintió inmundo ante la gloria revelada de Dios. “Luego, los habitantes de la ciudad le dijeron a Eliseo: —Señor, como usted puede ver, nuestra ciudad está bien ubicada, pero el agua es mala, y por eso la tierra ha quedado estéril. —Tráiganme una vasija nueva, y échenle sal —les ordenó Eliseo. Cuando se la entregaron, Eliseo fue al manantial y, arrojando allí la sal, exclamó: —Así dice el SEÑOR: “¡Yo purifico esta agua para que nunca más cause muerte ni esterilidad!” A partir de ese momento, y hasta el día de hoy, el agua quedó purificada, según la palabra de Eliseo” (2 Reyes 2: 19-22) ¿Recuerdan la estatua de sal que mencionamos al principio de este capítulo? Pues bien, la sal es también un símbolo de juicio, hay juicios que fueron profetizados donde se habla de tierras estériles por causa de la sal. “Dios convirtió los ríos en desiertos, los manantiales en tierra seca, los fértiles terrenos en tierra salitrosa, por la maldad de sus habitantes” (Salmos 107: 33-34) Cumplamos pues con el propósito de Dios de dar sabor a esta tierra, de preservarla, de sanarla, hasta que llegue el momento del juicio final. Vivamos la vida con un temor reverente a Dios hasta el final.

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