martes, 15 de julio de 2025

EXODO PARTE 137

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL EXODO Por C.H.M. CAPITULO 15 Cuando Dios visitó y redimió a su pueblo, y le hizo salir de la tierra de Egipto, no fué ciertamente con el fin de hacerle morir de hambre en el desierto. Los hijos de Israel hubieran debido saberlo. Habrían debido confiar en Dios, y caminar en íntima comunión con este amor que les había librado de una manera tan gloriosa de los horrores de la esclavitud en Egipto. Hubieran debido acordarse que era infinitamente mejor estar en el desierto con Dios, que en medio de los hornos de ladrillo con Faraón. Pero no, al corazón humano le cuesta mucho trabajo creer en el amor puro y perfecto de Dios; tiene mayor confianza en el diablo que en Dios. (Comp. Gén 3:1-6). Considerad por un momento todos los sufrimientos, la miseria, y la degradación que el hombre ha sufrido por haber dado oídos a la voz de Satán; y no obstante, jamás le oiréis quejarse de servirle, ni expresar el menor deseo de sustraerse a su influencia. El hombre no está descontento de Satán, ni cansado de servirle. Todos los días recoge los amargos frutos de ese campo que el diablo ha abierto delante de él, y todos los días se le ve sembrar de nuevo la misma semilla y someterse a los mismos trabajos. El hombre obra de una manera bien distinta respecto a Dios. Cuando hemos empezado a caminar por su senda, estamos dispuestos a murmurar y a rebelamos, tan pronto se nos presenta la primera apariencia de prueba o tribulación; y esto es por falta de cultivar en nosotros un espíritu de agradecimiento y confianza. Olvidamos fácilmente diez mil mercedes delante de la más pequeña privación. Hemos recibido el perdón gratuito de todos nuestros pecados (Efes. 1:7; Col. 1:14); "somos aceptos en el Amado" (Efes. 1:6); herederos de Dios y coherederos con Cristo (Efes. 1:11; Rom. 8:17; Gál. 4:7); esperamos la gloria eterna (Rom. 8:18-25; 2 Cor 4:15; 5:5; Fil. 3:20-21; Gál. 5:5; Tito 2:13; 1 Juan 3:2, etc.); además, nuestro camino a través del desierto está sembrado de innumerables favores (Rom. 8:28), y a pesar de esto, cuando una nube grande como la palma de la mano aparece en el horizonte, nube que, después de todo, tal vez no hará otra cosa que deshacerse en bendiciones sobre nuestras cabezas, olvidamos inmediatamente las múltiples gracias que nos han sido concedidas. Continuará...

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