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miércoles, 2 de julio de 2025
EXODO PARTE 126
ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL
EXODO
Por C.H.M.
CAPITULO 15
Cuando los Israelitas salieron de su bautismo "en la nube y en el mar", y pudieron contemplar a los Egipcios muertos en la orilla (cap. 14:30), entonces sus seiscientas mil voces entonaron el cántico de la victoria. Las aguas del mar Rojo se extendían entre ellos y Egipto, y se hallaban salvos en la orilla, como un pueblo libertado; por esto podían entonces celebrar a Jehová.
En esto, como en todas las demás cosas, "fueron en figura de nosotros". Es necesario que también nosotros nos consideremos salvados, por la potencia de la muerte y de la resurrección, antes que podamos ofrecer a Dios un puro "y racional culto". Sin esto, siempre habrá reserva y vacilación en el alma, proviniendo, sin duda alguna, de la incapacidad positiva en comprender el valor de la redención cumplida que hay en Cristo Jesús. Es posible que se reconozca que la
salvación está en Cristo y no en ningún otro; pero es otra cosa distinta el comprender, por la fe, el verdadero carácter y el fundamento de esta salvación, realizándola como nuestra. El Espíritu de Dios revela en las Escrituras, con perfecta claridad, que la Iglesia está unida a Cristo, en su muerte y en su resurrección; y además, que en Cristo resucitado y sentado a la diestra de Dios, está la medida perfecta y la garantía de la aceptación de la Iglesia. Cuando se cree esto, el alma es transportada más allá de las regiones de la duda y de la incredulidad. ¿Cómo puede dudar el cristiano cuando sabe que un Abogado, a saber "Jesucristo el justo", le representa continuamente ante el trono de la gracia? (1 Juan 2:1). El más débil de los miembros de la Iglesia de Dios tiene el privilegio de saber que ha sido representado por Cristo en la cruz, y que todos sus pecados han sido confesados, llevados, juzgados y expiados sobre esta cruz. He aquí una realidad divina, que, comprendida por la fe, da la paz; pero fuera de ella nada puede darla. Se podrán observar pía y devotamente todas las ordenanzas, todos los deberes y todas las fórmulas de la religión; mas el único medio de librar enteramente la conciencia del peso del pecado, es viendo al pecado juzgado en la persona de Cristo, ofrecido como ofrenda por el pecado, sobre el madero maldito. (Comp. Heb. 9:26; 10:1-18). Si el pecado ha sido juzgado allí "una sola vez" y "para siempre", el creyente no puede menos que considerar la cuestión del pecado como una cosa divinamente, y, por lo tanto, eternamente ajustada. Continuará...
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