jueves, 19 de junio de 2025

EXODO PARTE 115

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL EXODO Por C.H.M. CAPITULO 14 Habían visto todas estas cosas, y sin embargo, en el momento en que una nube oscura aparece en el horizonte, su confianza es perdida y su corazón se desvanece; la murmuración halla libre curso en sus labios, y dicen: "¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muriésemos en el desierto? ¿Por qué lo has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? Que mejor nos fuera servir a los Egipcios, que morir nosotros en el desierto". (Vers. 11-12). La Ciega incredulidad no puede hacer más que errar siempre y escudriñar en vano los designios de Dios. Esta incredulidad es la misma en todos los tiempos; es la que hizo decir a David, en un día de flaqueza: "Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl; nada por tanto me será mejor que fugarme a la tierra de los Filisteos". (1Sam. 27:1). Y, ¿cómo se desarrollaron los acontecimientos? Saúl fué muerto en el monte de Gilboa, y el trono de David establecido para siempre. Fué la misma incredulidad también que, en un momento de profundo abatimiento, hizo huir a Elías Thisbita, para salvar su vida, ante las furiosas amenazas de Jezabel. ¿Y qué sucedió después? Jezabel murió estrellada contra el suelo, y Elías fué arrebatado al cielo en un torbellino. Lo mismo aconteció a los hijos de Israel en el principio de la prueba. Creyeron verdaderamente que Dios se había tomado tanto trabajo para librarles de Egipto con el solo fin de hacerles morir en el desierto; se imaginaban que si habían sido preservados de la muerte por la sangre del cordero pascual, era con el objeto de sepultarles en el desierto. Así razona siempre la incredulidad; nos induce a interpretar a Dios en presencia de la dificultad, en lugar de interpretar la dificultad en presencia de Dios. Continuará...

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