domingo, 25 de mayo de 2025

EXODO PARTE 90

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL EXODO Por C.H.M. CAPITULO 12 Jamás podremos percibir con demasiada sencillez esta diferencia tan importante. Sólo por la sangre de Cristo obtenemos la paz, la justificación perfecta, y la justicia divina. El es quien purifica nuestras conciencias, quien nos introduce en el Lugar Santísimo, quien hace que Dios sea justo recibiendo al pecador que cree, y quien nos da derecho a todos los goces, a todos los honores, y a todas las glorias del cielo. (Véase Rom. 3:24-26; 5:9; Efes. 2:13-18; Col. 1:20-22; Hebr. 9:14; 10:19; 1 Ped. 1:19; 2:24; 1 Juan 1:7; Apoc. 7:14-17). Al procurar exponer cual es el valor de la preciosa sangre de Cristo, delante de Dios, espero que nadie pensará que yo pretendo escribir ni una sola palabra que pueda empequeñecer la importancia de la obra del Espíritu. ¡Dios no lo permita nunca! El Espíritu Santo nos revela a Cristo, nos hace conocerle, nos permite gozar de El, y alimenta nuestras almas de El; rinde testimonio a Cristo y toma de las cosas de Cristo para comunicárnoslas. El es la potencia de nuestra comunión, el sello, el testigo, las arras, la unción. En una palabra, todas las benditas operaciones del Espíritu son absolutamente esenciales. Sin El, no podemos ver, ni oír, ni sentir, ni experimentar, ni manifestar nada de Cristo, ni gozar de El. La doctrina de estas diversas operaciones del Espíritu Santo está claramente expuesta en las Escrituras, y es recibida y comprendida por todo cristiano fiel bien enseñado. Sin embargo, a pesar de todo esto, la obra del Espíritu no es el fundamento de la paz; y si lo fuese, no podríamos disfrutar de una paz sólida y segura hasta la venida de Cristo, porque la obra del Espíritu en la Iglesia no se terminará, propiamente hablando, hasta entonces. El Espíritu prosigue su obra en el creyente. "El mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos indecibles" (Rom. 8:26); trabaja para hacernos llegar a aquella estatura a la cual hemos sido llamados, es decir, a una perfecta semejanza, en todas las cosas, a la imagen del "Hijo"; es el único autor de todo buen deseo, de toda aspiración santa, de todo afecto puro, de toda experiencia divina y de toda convicción sana; pero es evidente que su obra en nosotros no será completa, hasta que habremos abandonado la escena presente de este mundo para tomar nuestro lugar con Cristo en la gloria, así como el siervo de Abraham no terminó su misión, respecto a Rebeca, hasta que la hubo presentado a Isaac. Continuará...

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