jueves, 22 de mayo de 2025

EXODO PARTE 87

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL EXODO Por C.H.M. CAPITULO 12 El pecador no discierne el carácter absoluto de la redención por la sangre de Cristo, en su aplicación a si mismo. Parece ignorar que el pleno perdón de sus pecados descansa sobre el simple hecho de haberse cumplido una expiación perfecta, un hecho atestiguado y probado a la vista de toda inteligencia creada, por la resurrección de entre los muertos del Sustituto de los pecadores. Ellos saben que no hay otro medio de salvarse que la sangre de la cruz, pero los demonios también saben esto y no les aprovecha para nada. Lo que ellos ignoran, y lo que nosotros necesitamos saber, es que somos salvos ya. El Israelita no conocía solamente que la sangre era una salvaguardia, mas sabía perfectamente que él estaba en seguridad. ¿Y por qué? Ciertamente que no por alguna cosa que él hubiese hecho, o sentido, o pensado; sino porque Dios había dicho: "Veré la sangre, y pasaré de vosotros". El Israelita descansaba en el testimonio de Dios; él creía lo que Dios había dicho, porque Dios lo había dicho; "este signó que Dios es verdadero". (Juan 3:33). Nota, querido lector, que el Israelita no descansaba sobre sus propios pensamientos, o sobre sus sentimientos, ni tampoco sobre sus experiencias relativas a la sangre. Esto habría sido descansar sobre un miserable fundamento de arena. Sus pensamientos y sus sentimientos podían ser profundos o superficiales; pero profundos o superficiales, nada tenían que ver con el fundamento de su paz. Dios no había dicho: "Cuando veréis la sangre y la estimáreis como debe ser estimada, yo pasaré de vosotros". Esto habría bastado para hundir al Israelita en una profunda desesperación en cuanto a sí mismo, puesto que es imposible para el espíritu humano apreciar en su justo valor la preciosa sangre del Cordero. Lo que le daba la paz, era la certidumbre de que el ojo de Jehová reposaba sobre la sangre, y el Israelita sabía que El la apreciaba en todo su valor. "¡Veré la sangre!" He aquí lo que tranquilizaba su corazón. La sangre estaba afuera, en el dintel de la puerta, y el Israelita que estaba dentro no podía verla; mas Dios veía la sangre, y esto era perfectamente suficiente. Continuará...

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