sábado, 3 de mayo de 2025

EXODO PARTE 68

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL
Por C.H.M. CAPITULOS 7 A 11 Es preciso que el creyente sepa dónde ha sido colocado para siempre, en virtud de la muerte y resurrección del Señor Jesús, antes que pueda ser un adorador inteligente, un siervo aprobado y un verdadero y fiel testigo. La expresión "abominación" se refiere a lo que adoraban los egipcios. No se trata aquí de la cuestión de saber si somos hijos de Dios, y, por lo tanto, salvos. Muchos hijos de Dios están lejos de conocer el completo resultado de la muerte y resurrección de Cristo en lo que les concierne a cada uno de ellos. No se apropian esta preciosa verdad, que la muerte de Cristo ha abolido para siempre sus pecados (Hebreos 9:26) y que son los bienaventurados participantes de su vida y de su resurrección, con la cual el pecado no puede tener nada que hacer. Cristo ha sido hecho maldición por nosotros, no como algunos quisieran enseñárnoslo, naciendo bajo la maldición de una ley quebrantada, sino siendo colgado en el madero. (Comp. atentamente Deut. 21:23; Gál. 3:13). Nosotros estábamos bajo la maldición, porque estábamos en nuestros pecados o porque no habíamos guardado la ley; pero Cristo, el hombre perfecto, habiendo magnificado la ley y engrandeciéndola (Isaías 42:21), por el hecho de haberla obedecido perfectamente, vino a ser hecho maldición por nosotros siendo colgado en el madero. Así en su vida, Jesús magnificó la ley de Dios; y en su muerte, llevó la maldición por nosotros. No hay, pues, ahora para el creyente ni pecado, ni maldición, ni ira, ni condenación; y aunque él deba comparecer ante el tribunal de Cristo, este tribunal le será tan favorable entonces, como ahora lo es para él el trono de la gracia. El tribunal manifestará su verdadera condición, esto es, que nada existe que le condene; lo que el creyente es, Dios lo ha operado. El es la obra de Dios. Dios vino a él cuando se encontraba en un estado de muerte y de condenación, y ha sido hecho exactamente tal como Dios quería que fuese. El mismo juez ha borrado sus pecados y es su propia justicia, de manera que el tribunal debe serle favorable; más aún, allí hallará la declaración pública y solemne, hecha al cielo, a la tierra y al infierno, que aquel que es lavado de sus pecados por la sangre del Cordero, es tan limpio como puede serlo, siendo lavado por Dios. (Véase Juan 5:24; Rom. 8:1; 2 Cor. 5:5, 10-11; Efes. 2:10). Todo lo que debía hacerse, Dios lo ha hecho, y seguramente El no condenará su propia obra. La justicia que era reclamada, Dios la ha provisto; y por lo tanto, no hallará en ella ningún defecto. La luz de la silla judicial será bastante radiante para disipar todas las nieblas y nubes que pudiesen obscurecer las glorias incomparables y las virtudes eternas que pertenecen a la cruz, y para mostrar que el creyente es "limpio del todo". (Juan 13:10; 15:3; Efesios 5:27). Continuará...

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