jueves, 10 de abril de 2025

EXODO PARTE 45

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL
Por C.H.M. CAPITULO 4 Y nosotros podemos afirmar, sin temor de equivocarnos, que, a pesar de los cuarenta años de luchas y pruebas, Moisés pudo besar de nuevo a su hermano Aarón, en la cumbre del monte Hor, con el mismo afecto que cuando lo encontró al principio "en el monte de Dios". (Exodo 4:27). Esos dos encuentros tuvieron lugar en circunstancias bien diferentes, por cierto. "En el monte de Dios" los dos hermanos se encontraron, se besaron, y juntos emprendieron el camino para llevar a cabo su misión divina. En el monte Hor se encontraron, en obediencia al mandato de Jehová (Núm. 20:25), para que Moisés hiciese desnudar a su hermano las vestiduras sacerdotales y le viese morir, en virtud de una falta en que Moisés también había participado. Las circunstancias cambian; los hombres se separan los unos de los otros; sólo en Dios "no hay mudanza, ni sombra de variación". (Sant. 1:17). "Y fueron Moisés y Aarón, y juntaron todos los ancianos de los hijos de Israel: y habló Aarón todas las palabras que Jehová había dicho a Moisés, e hizo las señales delante de los ojos del pueblo. Y el pueblo creyó; y oyendo que Jehová había visitado los hijos de Israel, y que había visto su aflicción, inclináronse y adoraron (Vers. 29-31). Cuando Dios interviene, necesariamente se derriba todo obstáculo. Moisés había dicho: "ellos no me creerán"; pero no era cuestión de saber si ellos le creerían o no, sino que se trataba si ellos creerían a Dios. El que puede considerarse simplemente como enviado de Dios, puede estar completamente tranquilo en cuanto a la recepción de su mensaje, y esta perfecta tranquilidad no le desvía, en ninguna manera, de la tierna y afectuosa solicitud hacia aquellos a quienes se dirige; bien al contrario, esta seguridad que posee le preserva de la inquietud desordenada del espíritu, que no puede contribuir más que a incapacitar al hombre para dar un testimonio firme, elevado y perseverante. Un enviado de Dios no debería olvidar nunca que su mensaje es el mensaje de Dios. Cuando Zacarías dijo al ángel: "En qué conoceré esto?" ¿se turbó este último por esa pregunta? Ciertamente que no; sino que le respondió tranquilamente: "Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y soy enviado a hablarte, y a darte estas buenas nuevas". (Luc. 1:18-19). Las dudas del mortal no turban el sentimiento de dignidad que el ángel tiene de su mensaje. ¿"Cómo puedes tú dudar, parece decirle, cuando de delante del trono de la Majestad en los cielos, un mensajero ha sido enviado a ti ahora?" Todo mensajero de Dios debería ir así, y con este mismo espíritu entregar su mensaje. Continuará...

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