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jueves, 6 de marzo de 2025
EXODO PARTE 9
ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL
Por C.H.M.
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo". (1 Cor. 15: 55-57). Por la fe, el alma puede pronunciar esas palabras de triunfo sobre el mártir Abel, sobre José en la cisterna, sobre la simiente real exterminada por la mano de Atalhia; sobre los inocentes niños de Bethlehem pasados a cuchillo por orden del cruel Herodes; y sobre todo, puede pronunciarlas sobre el sepulcro del Autor de nuestra salvación.
Pero es posible que algunos no sepan ver y distinguir la obra de la fe, en la construcción de la arquilla de Juncos. Algunos, tal vez, son incapaces de ir más cerca que lo hizo la hermana de Moisés, la cual se paró "a lo lejos, para ver lo que acontecería". Es evidente que "la hermana" no estaba a la altura de "la madre" en cuanto a la medida de la fe. Indudablemente, había en ella ese interés profundo, esa afección real, que vemos en “María Magdalena, y la otra María, sentadas delante del sepulcro". (Mateo 27:1). Mas en la hacedora de la "arquilla" había algo muy superior a la afección o al interés. Es cierto que la madre no "estaba a lo lejos", para ver lo que acontecería a su hijo, y como sucede con frecuencia, la grandeza moral de la fe podría parecer en su caso como si fuese indiferencia: sin embargo, no era indiferencia, sino la verdadera grandeza, la grandeza de la fe. Si la afección natural no la retenía cerca de la escena de la muerte, la potencia de la fe le había encomendado una obra más noble para llevarla a cabo en la presencia del Dios de la resurrección; su fe había hecho lugar para Dios en la escena, y El se manifiesta de una manera infinitamente gloriosa.
"Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase. Y como la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él, dijo: De los niños de los Hebreos es este". (Vers. 5-6). La respuesta divina empieza a hacerse oír en los oídos de la fe, con los más dulces acentos. Dios intervenía en todo esto. Qué importa que el racionalista, el incrédulo, el ateo, se rían de ello; la fe también se ríe, pero de muy distinta manera. La risa de los primeros es la risa fría, desdeñosa, que no acepta la idea de la intervención divina en un acontecimiento tan trivial como es el paseo de una princesa; la risa de la fe es la risa de felicidad, de gozo, al pensar que Dios interviene en todo lo que acontece. Y si alguna vez la intervención de Dios se ha mostrado de una manera palpable, fué, sin duda alguna, en este paseo de la hija de Faraón, aunque ni ella misma lo sabía. Continuará...
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