sábado, 1 de marzo de 2025

EXODO PARTE 4

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL
Por C.H.M. Es buena cosa que estemos persuadidos que siempre sucede lo mismo; el razonamiento del espíritu incrédulo del hombre excluye a Dios en absoluto; mas aun, su pretendida verdad y su fuerza descansan sobre esta exclusión misma. La introducción de Dios en escena da un golpe de muerte a todo escepticismo e incredulidad. Si hasta que Dios aparece ellos pueden glorificarse, haciendo alarde de su habilidad, en el momento que la mirada apercibe el más pequeño reflejo del Dios bendito, se ven despojados del manto de su ostentación, y es puesta al descubierto su horrible deformidad. En lo que se refiere al rey de Egipto, se puede decir muy bien que "estaba en un grande error", no conociendo a Dios, ni sus inmutables consejos. (Comp. Mar. 12:24-27). Faraón ignoraba que muchos siglos antes, aun antes de que él respirara por primera vez el soplo de vida, la palabra y el juramento de Dios, esas "dos cosas inmutables", habían asegurado el rescate completo y glorioso de ese mismo pueblo que él, Faraón, se proponía aplastar. Faraón no conocía nada de todo esto; todos sus pensamientos y todos sus planes descansaban sobre la ignorancia de esta grande verdad, fundamento de todas las verdades, a saber: que Dios es. El se imaginaba locamente que, con su sabiduría y poder, podría impedir el crecimiento de ese pueblo respecto al cual Dios había dicho: "Multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo, y como la arena que está a la orilla del mar" (Gén. 22:17); y por esta razón todos sus planes y su sabiduría no eran más que locura. El mayor error en que un hombre puede caer es de obrar sin tener a Dios en cuenta. Tarde o temprano el pensamiento de Dios se impondrá a su espíritu, y entonces todos sus planes y sus cálculos serán destruidos. Todo lo que el hombre emprende, independientemente de Dios, puede durar a lo sumo durante el tiempo presente. Todo lo que no es más que humano, por sólido, brillante y atrayente que pueda ser, está destinado a ser presa de la muerte y a caer deshecho en polvo, en las tinieblas y silencio de la tumba. Todas las glorias y excelencias del hombre serán sepultadas bajo "los terrones del valle". (Job 21: 33). El hombre lleva sobre su frente el sello de la muerte, y todos sus proyectos se desvanecen, porque sólo son pasajeros. Al contrario, todo lo que se relaciona con Dios y se apoya sobre El, permanece para siempre. "Será su nombre para siempre; perpetuaráse su nombre mientras el sol dure". (Sal. 72: 17). Cuán grande es, pues, la locura del débil mortal que se levanta contra el Dios eterno, quien "le acometerá en la cerviz, en lo grueso de las hombreras de sus escudos". (Job 15: 26). Continuará...

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