jueves, 27 de marzo de 2025

EXODO PARTE 30

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL
Por C.H.M. Era preciso que fuese enseñado por Dios y enviado por El; y asimismo lo es para todos los que entran en una carrera de servicio y de testimonio para Cristo. Plegue a Dios que estas santas lecciones sean profundamente grabadas en nuestros corazones, para que todas nuestras obras lleven el sello de la autoridad y de la aprobación del Maestro. Pero tenemos aun algo más que aprender al pie del monte Horeb. El alma encuentra placer deteniéndose en este lugar. "Bien es que nos quedemos aquí". (Mateo 17:4). El lugar de la presencia de Dios es siempre un lugar de ejercicio, donde el corazón puede estar cierto de ser puesto en descubierto. La luz, que resplandece en esa santa presencia, manifiesta todas las cosas; y esta es nuestra gran necesidad en medio de las vanas pretensiones que nos rodean, del orgullo y de la propia satisfacción que están dentro de nosotros. Nosotros podríamos ser tentados de creer que en el mismo momento en que Moisés recibió el mensaje divino, respondió: "Heme aquí", o que dijo: "Señor, ¿qué quieres que haga?" Pero no; fué preciso que fuese conducido a ello. El recuerdo de su primera falta le hacía vacilar, sin duda alguna, porque cuando se obra sin Dios, en cualquier cosa, es seguro que sobreviene el desaliento. "Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel? (Vers. 11). Moisés, aquí, no se parece mucho al hombre que, cuarenta años antes, "pensaba que sus hermanos entendían que Dios les había de dar salud por su mano". (Hechos 7:25), ¡Tal es el hombre! Tan pronto demasiado rápido, tan pronto demasiado lento en el obrar. Moisés había aprendido muchas cosas después del día que mató al egipcio; había hecho grandes progresos en el conocimiento de si mismo, y este conocimiento le hacía desconfiado y temeroso. Evidentemente, Moisés no tenía aun suficiente confianza en Dios. Si yo miro a mí mismo, no haré "nada"; pero si miro a Cristo, "todo lo puedo". Y así, cuando Moisés, impulsado por la desconfianza y el temor, respondió: "¿Quién soy yo?" Dios -le replicó-: "Yo seré contigo" (Vers. 12). Esta respuesta hubiera debido satisfacerle. Si Dios es conmigo, ¡qué importa lo que soy yo o quién soy! Cuando Dios le dice: "Enviarte he" y "Yo seré contigo", el siervo está abundantemente provisto de autoridad y de potencia divina, y por lo tanto, debe estar perfectamente tranquilo y contento de ir allí donde Dios le envía. Continuara...

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