lunes, 24 de marzo de 2025

EXODO PARTE 27

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL
Por C.H.M. La gracia del Dios de Abraham, y Dios de la posteridad de Abraham, gracia absoluta, gratuita e incondicional, brilla aquí con todo su esplendor sin ser obscurecida por los "si" y los "pero", los propósitos, las resoluciones y las condiciones del espíritu legalista del hombre. Dios había descendido para manifestarse a sí mismo en gracia soberana, para operar la obra de la salvación perfecta, y poner en ejecución la promesa hecha a Abraham, y confirmada luego a Isaac y Jacob. Dios no había descendido para ver si, de hecho, los que eran el objeto de esta promesa se hallaban en tales condiciones que mereciesen su salvación. No; ellos tenían necesidad de esta salvación, y esto era suficiente para El, Jehová había considerado la opresión bajo la cual gemían; había visto sus dolores, sus lágrimas, sus suspiros y su dura esclavitud, porque, bendito sea su Nombre, "El cuenta las idas y las venidas de su pueblo, y pone sus lágrimas en su redoma". (Salmo 56: 8); Dios no fué atraído hacia Israel por sus méritos ni por sus virtudes; no fué por algo bueno que El hubiese visto en ellos. Y para decirlo en una palabra, el verdadero fundamento de la intervención misericordiosa de Jehová en favor de su pueblo nos es revelado en estas palabras: "Yo soy el Dios de Abraham" y "Yo he visto la aflicción de mi pueblo". Estas palabras nos revelan un gran principio fundamental de las obras de Dios. Dios obra siempre en virtud de lo que El es. "Yo soy", asegura todas las cosas para "Mi pueblo". Es cierto que Jehová no podía dejar a su pueblo en medio de los hornos de ladrillo de Egipto, y bajo el látigo de los capataces de Faraón. Era su pueblo; y por lo tanto, quería obrar, con respecto a ese pueblo, de una manera que fuese digna de su grandeza y de su poder. El hecho que Israel fuese el pueblo de Dios, el objeto favorecido de su amor y de su elección, el poseedor de su promesa incondicional, era suficiente para asegurarle todas las cosas. Nada podía impedir la manifestación pública de la relación que existía entre Dios y aquellos a quienes, según sus consejos eternos, había sido asegurada la posesión de la tierra de Canaán. Había descendido para librarles, y todos los poderes de la tierra y del infierno reunidos, no habrían podido retenerlos cautivos ni una hora más del tiempo fijado por El. Dios pudo servirse, y se sirvió en efecto de Egipto, como de una escuela en la que estaba Faraón como maestro; pero una vez cumplida su misión, el maestro y la escuela son puestos a un lado, y su pueblo libertado con mano

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