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domingo, 23 de marzo de 2025
EXODO PARTE 26
ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL
Por C.H.M.
Así como es una gloriosa verdad que Dios, por su Santo Espíritu, mora en cada uno de los miembros de la Iglesia, y que este Espíritu comunica un carácter de santidad al individuo, es también igualmente cierto que El mora en la congregación, y que, por consiguiente, la congregación debe ser santa. El centro, alrededor del cual los miembros son reunidos, es nada menos que la persona de un Cristo vivo, victorioso y glorificado. El poder que los une es la potencia del Espíritu Santo; y el Señor, Dios Todopoderoso, mora en ellos y entre ellos. (Véase Mat. 18:20; 1Cor. 6:19; 3:16-17; Efesios 2:21-22). Si tal es la santidad y dignidad que pertenecen a la morada de Dios, es evidente que nada impuro, ya sea en principio o en práctica, debe ser tolerado. Todos los que están en relación con esta habitación, deberían sentir la importancia y solemnidad de estas palabras: "El lugar en que estás, tierra santa es". "Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal". (1 Cor. 3:17). Estas palabras son dignas de la más seria atención de parte de todos los miembros de la asamblea de Dios, y de aquellos que como "piedras vivas" forman parte de su santo templo. ¡Aprendamos, pues, todos nosotros, a pisar los atrios de Jehová con los pies descalzos!
Bajo todos los aspectos, las visiones del monte Horeb rinden testimonio al mismo tiempo a la gracia y a la santidad del Dios de Israel. Si la santidad de Dios es infinita, su gracia lo es también; y así como la manera en que El se reveló a Moisés nos hace conocer la primera, el mero hecho de revelarse atestigua la segunda. Dios descendió hasta nosotros, porque El es misericordioso, mas luego de haber descendido es necesario que se revele como Santo. "Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios". (Vers. 6). La naturaleza humana se esconde siempre en la presencia de Dios; y cuando nosotros estamos ante su presencia, teniendo nuestros pies descalzos y el rostro cubierto; es decir, en la disposición de alma que esos actos simbolizan tan admirablemente, nos hallamos en las condiciones precisas para poder escuchar los dulces acentos de la gracia. Cuando el hombre ocupa el lugar que le corresponde, Dios puede hablarle con el lenguaje de la misericordia divina.
"Y dijo Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto y he oído su clamor a causa de sus exactores: pues tengo conocidas sus angustias; y he descendido para librarlos de mano de los Egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel... El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen". (Vers. 7-9). Continuará...
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