lunes, 10 de marzo de 2025

EXODO PARTE 13

ESTUDIOS SOBRE EL LIBRO DEL
Por C.H.M. El acto de Moisés, respecto al Egipcio, encierra una lección profundamente práctica para todo siervo de Dios. Dos circunstancias se unen en ella, a saber: el temor de la ira del hombre, y la esperanza de obtener la aprobación del hombre. No obstante, el siervo de Dios no debe preocuparse ni por la una ni por la otra. ¿Qué le importa la ira o la aprobación de un pobre mortal a aquél que se halla investido de una misión divina, y que goza de la presencia de Dios? Para un tal siervo, estas cosas tienen menos importancia que la ligera capa de polvo que se posa sobre una balanza. "Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios será contigo en donde quiera que fueres". (Josué 1:9). "Tú pues, ciñe tus lomos, y te levantarás, y les hablarás todo lo que te mandaré; no temas delante de ellos, porque no te haga yo quebrantar delante de ellos. Porque he aquí que yo te he puesto en este día como ciudad fortalecida, y como columna de hierro, y como muro de bronce sobre toda la tierra, a los reyes de Judá, a sus príncipes, a sus sacerdotes, y al pueblo de la tierra. Y pelearán contra ti, mas no te vencerán; porque yo soy contigo, dice Jehová, para librarte". (Jer. 1: 17-19). Colocado sobre este terreno elevado, el siervo de Cristo no mira aquí y allá, sino que obra según este consejo de la sabiduría divina: "Tus ojos miren lo recto, y tus párpados en dirigir delante de ti". (Prov. 4:25). La sabiduría divina nos conduce siempre a mirar hacia arriba, y adelante. Estemos seguros que hay algo de malo, y que no estamos en el verdadero terreno del servicio de Dios, cuando nosotros miramos a nuestro alrededor, ya sea para evitar la mirada airada de un mortal, o para buscar la sonrisa de su aprobación; en este caso, no tenemos la seguridad de que nuestra misión sea de autoridad divina, y que gozamos de la presencia de Dios, dos cosas que son absolutamente necesarias para todo siervo de Dios. Es cierto que un gran número de personas, ya sea por una profunda ignorancia, o por excesiva confianza en ellas mismas, entran en una esfera de actividad a la cual Dios no las destinaba, y para la que, en consecuencia, no las había dotado; y además, esas personas muestran tal sangre fría y un tal aplomo, que maravillan a aquellos que se encuentran en situación de poder juzgar con imparcialidad de sus obras y de sus méritos. Pero toda esa hermosa apariencia deja su lugar bien pronto a la realidad, y no puede modificar en lo más mínimo el principio que nada puede librar realmente al hombre de mirar aquí y allá, si no es la convicción íntima de haber recibido una misión de Dios, y de gozar de su presencia. El que posee estas dos cosas está enteramente libre de las influencias humanas, y es independiente de los hombres. Continuará...

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