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martes, 18 de febrero de 2025
GÉNESIS PARTE 252
JUDÁ Y TAMAR
LA ELEVACIÓN DESPUÉS DE LA PRUEBA
Asnat, esposa de José: imagen de la Iglesia unida a Cristo
No serán superfluas aquí algunas observaciones respecto al casamiento de José y la restauración de sus hermanos. La mujer extranjera de José es un tipo de la Iglesia. Cristo se presenta a los judíos y, rechazado por ellos, toma su lugar en los cielos, desde donde envía al Espíritu Santo para reunir una Iglesia escogida, compuesta de judíos y gentiles, destinada a estar unida a él en la gloria celeste.
Ya hemos hablado de la doctrina de la Iglesia al considerar el capítulo 24; pero aquí encontramos algunos detalles que se refieren al mismo asunto, y en los cuales nos ocuparemos un poco. La esposa egipcia de José estaba íntimamente asociada con él en su gloria. Por estar tan unida a él, tenía parte en todo lo que le pertenecía; además, por su proximidad y su intimidad con él, ocupaba cerca de él un puesto que sólo ella conocía. Tal es el caso de la Iglesia, la “esposa del Cordero” (Apocalipsis 21:9): está unida a Cristo para participar en su vituperio y en su gloria. La posición de Cristo caracteriza a la posición de la Iglesia, y es esta posición la que siempre debería caracterizar al proceder de la Iglesia. Si nos reunimos al Nombre de Cristo, es al Cristo exaltado en la gloria, y no en su humillación aquí abajo: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (2 Corintios 5:16). El centro de la reunión es Cristo en gloria. “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). Hay mucho más valor práctico en el claro entendimiento de este principio que el que podría apreciarse a primera vista. El designio de Satanás, como también la tendencia de nuestros corazones, es hacemos quedar atrás respecto al objeto de Dios en todas las cosas y, sobre todo, en lo que concierne al centro de nuestra unidad como cristianos. Es un sentimiento popular el relativo a que «la sangre del Cordero es la unión de los santos», esto es, que la sangre constituye el centro de la unidad. La infinitamente preciosa sangre de Cristo es la que nos coloca individualmente cual adoradores en la presencia de Dios. Ella constituye el fundamento divino de nuestra comunión con Dios. Pero, tratándose del centro de nuestra unión como Asamblea, no se debe perder de vista que el Espíritu Santo nos reúne alrededor de la persona de un Cristo crucificado y glorificado. Esta gran verdad comunica a nuestra asociación como cristianos su carácter santo y glorioso. Continuará...
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