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jueves, 6 de febrero de 2025
GÉNESIS PARTE 240
ALTO DE JACOB EN SIQUEM
SUS CONSECUENCIAS
Etapas con dolorosas consecuencias
Esto no quiere decir que Jacob no fuese creyente; sabemos que está puesto entre la “gran nube de testigos” de Hebreos 11; pero no andaba en el ejercicio habitual de este principio divino, y, en consecuencia, sufría tristes caídas. ¿Le hubiera conducido la fe a decir “Seré destruido yo y mi casa”, después de haberle asegurado Dios: “Te guardaré... no te dejaré”? (28:14, 15). La promesa de Dios tendría que haber tranquilizado su corazón; pero, de hecho, Jacob estaba más preocupado por el peligro que corría entre los siquemitas que por la seguridad en que se hallaba en las manos del Dios de la promesa. Debería haber sabido que ni un cabello de su cabeza sería tocado; y, en lugar de considerar a Simeón y Leví o las consecuencias de sus hechos precipitados, tendría que haberse juzgado a sí mismo por hallarse en semejante posición. Si no se hubiese establecido en Siquem, Dina no habría sido deshonrada y la violencia de sus hijos no se habría manifestado. ¡Cuántos cristianos se ven sumergidos en el dolor y las penas por su propia infidelidad y acusan luego a las circunstancias en lugar de juzgarse a sí mismos!
Gran número de cristianos que son padres de familia están sumidos en el dolor y la pena al ver la rebeldía, la insubordinación y la mundanería de sus hijos. Pero, hablando en términos generales, no deben culpar a nadie más que a sí mismos de todo eso, por cuanto ellos son los que no han andado con fidelidad al Señor en lo tocante a su responsabilidad familiar. Tal fue el caso de Jacob. En Siquem él había ocupado una posición moral muy baja, y, como carecía de la sensibilidad delicada que le hubiera avisado de su falsa posición, Dios, en su fidelidad, se sirve de las circunstancias para castigarle. “Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). Es éste un principio que surge del gobierno moral de Dios, a cuya aplicación nadie se sustrae; y para el hijo de Dios es gracia positiva que sea obligado a cosechar los frutos de sus yerros. Es la gracia la que permite llegar a sentir, de una manera u otra, qué amargo es alejarse o quedar a distancia del Dios viviente. Nos es preciso aprender que aquí no está el lugar de nuestro reposo; porque Dios no nos quiere dar un reposo mancillado. ¡Su nombre sea alabado! El deseo de Dios es que descansemos en Él y con Él. Continuará...
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