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viernes, 31 de enero de 2025
GÉNESIS PARTE 234
GÉNESIS
DIOS SE SIRVE DE LAS CIRCUNSTANCIAS PARA DISCIPLINAR A JACOB
Jacob a solas con Dios
A ello fue llevado Jacob en el capítulo que nos ocupa. Después de haber tomado todas las disposiciones prudentes, nos dice la Palabra: “Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba” (v. 24). Aquí principia un nuevo aspecto de la historia de este hombre notable. Es preciso que nos encontremos a solas con Dios para que lleguemos a un conocimiento justo de nosotros mismos y de nuestros caminos. Para conocer el valor de la naturaleza humana y de sus procedimientos, es preciso que les hayamos pesado en la balanza del santuario. Poco importa lo que pensemos de nosotros mismos o lo que los hombres piensen de nosotros. Para hacer que lo sepamos, es preciso que seamos dejados “solos”, lejos del mundo, lejos del «yo», lejos de todos los pensamientos, de todos los raciocinios y de todas las emociones de la naturaleza humana, solos con Dios.
Dios lucha con Jacob
“Se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón”. La Escritura no nos dice —lo que es algo digno de notar— que Jacob luchó con un varón, sino que un varón luchó con Jacob. Esto se ha presentado frecuentemente como ejemplo de la energía con que oraba Jacob. Decir que yo lucho con un hombre o que un hombre lucha conmigo, son dos ideas muy diferentes. Si soy yo quien lucha con otro, ello indica que quiero conseguir algo de él; si otro, al contrario, lucha conmigo, será porque quiere conseguir algo de mí. Dios luchó con Jacob para hacerle comprender que no era más que una débil y miserable criatura.
Luego, viendo que Jacob sostenía la lucha contra él con tanta tenacidad, “tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo” (v. 25). Es preciso que se escriba la sentencia de muerte sobre la carne. Es preciso que nos hayamos apropiado el significado de la cruz de Cristo, antes de poder andar con Dios con firmeza y dicha.
Hasta aquí hemos acompañado a Jacob a través de todas sus tortuosidades y de todos los procederes propios de su carácter extraordinario. Le hemos visto hacer planes y arreglos durante los veinte años de su vida en casa de Labán, pero hasta “quedar solo” no adquirió la idea justa de lo impotente y flaco que era cuando quedaba librado a sí mismo. Entonces, atacado el baluarte de su fuerza, aprendió a decir, rendido: “No te dejaré” (v. 26). Continuará...
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