domingo, 22 de diciembre de 2024

GÉNESIS PARTE 196

REBECA, FIGURA DE LA IGLESIA El llamamiento de la Iglesia Si Israel hubiese andado íntegramente con Dios en las relaciones que Él había establecido por gracia, habría permanecido en esa posición especial de separación y de superioridad. Pero Israel entró en otro camino y, por lo mismo, al haber colmado la medida de sus iniquidades al crucificar al Príncipe de vida, al Señor de la gloria, y rechazar el testimonio del Espíritu Santo, fue suscitado el apóstol Pablo para ser administrador de un nuevo orden de cosas que desde el principio de los tiempos permanecía escondido en Dios mientras subsistía el testimonio de Israel: “Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles; si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros; que por revelación me fue declarado el misterio... que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu” —es decir, a los profetas del Nuevo Testamento— “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:1-6). He aquí la claridad. El misterio de la Iglesia, compuesta por judíos y gentiles, bautizados en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, unida a la cabeza gloriosa en los cielos, no se había revelado hasta los días de Pablo. De cuyo misterio continúa hablando así: “Yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder” (v. 7). Los apóstoles y los profetas del Nuevo Testamento fueron, por así decirlo, la primera hilera de piedras fundamentales de este glorioso edificio (Efesios 2:20). Por lo tanto, es claro que el edificio no pudo comenzarse antes (comp. Mateo 16:18: “edificaré”). Si se datara el edificio desde los días de Abel, habría dicho el apóstol: «Edificada sobre el fundamento de los santos del Antiguo Testamento», pero ello difiere de lo dicho, de lo que sacamos como consecuencia que, sea cual fuere la posición asignada a los santos del Antiguo Testamento, fue imposible que pertenecieran a un cuerpo que hasta la muerte y resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo, cual resultado de esta resurrección, no existía todavía sino en los designios de Dios. Esos santos eran salvos, a Dios gracias, salvos por la sangre de Cristo, y destinados a disfrutar de la gloria celeste con la Iglesia; pero no podían ser parte de un cuerpo que no debía existir hasta varios siglos después de la muerte de ellos. Continuará...

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