lunes, 16 de diciembre de 2024

GÉNESIS PARTE 190

MONTE MORIAH La promesa y el juramento de Dios Quiera Dios que sepamos pasar la prueba, a fin de que se manifieste su obra y que su nombre sea glorificado en nosotros. Antes de terminar este capítulo, fijemos todavía por un momento nuestra atención en la bondad con que Jehová rinde testimonio a favor de Abraham por haber cumplido la obra que se demostró tan presto a llevar a cabo. “Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (v. 16-18). Esto se corresponde de un modo admirable con la manera de referir el Espíritu Santo la obra de Abraham en el capítulo 11 de la epístola a los Hebreos y en el capítulo 2 de la carta de Santiago. Tanto en el uno como en el otro de estos textos de la Escritura, se considera a Abraham como el que ofreció a su hijo sobre el altar. El gran principio que resalta de todos estos testimonios es que Abraham demostró que estaba presto a abandonarlo todo, a excepción de Dios; y fue este mismo principio el que, al mismo tiempo, le constituyó justo y demostró que lo era. La fe puede sacrificarlo todo, excepto a Dios; ella tiene pleno conocimiento de que Dios basta para todo. Por ello pudo Abraham apreciar en su justo valor estas palabras: “Por mí mismo he jurado”. Sí; esta maravillosa expresión (“por mí mismo”) lo era todo para el hombre de fe. “Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo... Porque los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento” (Hebreos 6:13- 17). La palabra y el juramento del Dios viviente deben poner fin a todas las objeciones y todas las operaciones de la voluntad del hombre y ser el ancla inamovible del alma en medio de la tempestad y el tumulto de este mundo borrascoso. Es necesario que nos juzguemos sin cesar, a causa de la poca potencia que la promesa de Dios ejerce en nuestros corazones. Allí está la promesa, y hacemos profesión de creerla, pero ¡ay! no es para nosotros esa realidad inmutable y poderosa que siempre debería ser. Continuará...

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