miércoles, 11 de diciembre de 2024

GÉNESIS PARTE 186

MONTE MORIAH Sacrificio de Isaac: imagen del sacrificio de Cristo Este es un punto muy conmovedor. Descansar en las bendiciones de Dios es otra cosa que descansar en Dios mismo. Confiar en Dios al tener a la vista los conductos por los cuales debe venir la bendición, es otra cosa muy distinta que confiar en él cuando esos conductos están tapados. Abraham demostró la excelencia de su fe haciendo ver que había confiado en Dios y en la promesa de una posteridad innumerable, no sólo en el momento de tener a Isaac a la vista, lleno de salud y fuerza, sino igualmente al verle como víctima sobre el altar. ¡Gloriosa confianza, confianza pura y sin mezcla, sin apoyo que estuviera en parte en el Creador y en parte en la criatura, sino fundado en fundamento sólido, en Dios mismo! Creía que Dios podía y no que Isaac podía. Isaac sin Dios no le era nada, Dios sin Isaac era su todo. En esto hay un principio de la más alta importancia y una piedra de toque para probar hasta el fondo los corazones. Cuando yo veo que los conductos visibles de la bendición se secan ¿disminuye mi confianza, o vivo lo bastante cerca de la fuente de donde ella emana como para que me sea posible ver, con un espíritu de adoración, cómo se secan todos los arroyos humanos? ¿Creo, con toda sencillez, que Dios basta para todo, de modo que yo pueda, de algún modo, dirigir mi mano y coger el cuchillo para degollar a mi hijo? Abraham fue capaz de hacerlo, porque tuvo la vista puesta en el Dios de la resurrección: “Pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos” (Hebreos 11:17-19). En una palabra, tuvo que contar con Dios, y esto le bastaba. Dios no permitió que diera el golpe fatal. Le fue permitido llegar al extremo, pero el Dios de gracia no le dejó ir más allá. Le evitó al padre la angustia que Él no se evitó en su propio caso: el dolor de herir al Hijo. Él sí llegó al fin total, bendito sea su nombre. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Romanos 8:32; Isaías 53:10). No se oyó voz ninguna del cielo cuando, en el Calvario, el Padre ofreció a su Hijo único. No; el sacrificio fue del todo consumado, y en su consumación fue sellada nuestra paz eterna. Continuará...

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