lunes, 9 de diciembre de 2024

GÉNESIS PARTE 184

MONTE MORIAH La adoración Todavía hay otra cosa que se une a la verdadera abnegación, a saber, el espíritu de adoración: “Yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos” (v. 5). El servidor verdaderamente abnegado tiene la vista fija no en su servicio, por considerable que fuera, sino en el amo, y esto es lo que produce el espíritu de adoración. Si amo a mi dueño, según la carne, poco me importará que sea llamado a limpiar sus botas o a conducir su coche, pero si pienso en mí mismo más que en él, preferiré ser conductor más bien que lustrabotas. Precisamente lo mismo sucede en el servicio del Señor del cielo: si sólo pienso en él, no habrá diferencia para mí entre fundar iglesias o fabricar tiendas. La misma observación podemos hacer respecto al ministerio de los ángeles. Poco le importa a un ángel ser enviado para desbaratar un ejército o para proteger a la persona de algún heredero de la salvación: es su Señor a quien él tiene ante sí. Si, como muy bien lo ha dicho alguien, dos ángeles fuesen enviados del cielo, el uno para regir un imperio y el otro para barrer las calles, no se pelearían acerca de su empleo respectivo. Y si esto es verdad en cuanto a los ángeles, ¿no debe serlo asimismo respecto de nosotros? El carácter de servidor y el de adorador siempre deberían ser unidos, como también la obra de nuestras manos siempre debería exhalar el buen olor de los fervientes suspiros de nuestros espíritus. En otras palabras, deberíamos poner manos a la obra con el espíritu de estas memorables palabras: “Yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos”. Así quedaríamos guardados de un servicio puramente rutinario en el cual somos tan propensos a caer, trabajando por amor al trabajo, viviendo más ocupados de la obra que del Señor. Es preciso que todo fluya de una fe sencilla en Dios y de la obediencia a su palabra. Continuará...

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