domingo, 8 de diciembre de 2024

GÉNESIS PARTE 183

MONTE MORIAH Abraham obedece en seguida Para vivir dichosos y para que Dios sea glorificado, es preciso que nos levantemos muy de mañana para cumplir sus mandatos mediante su gracia. Si la Palabra de Dios es la fuente de nuestra actividad, ella nos comunicará fuerza y firmeza para obrar, mientras que, si obramos solamente por impulso, desde el momento que cese el impulso, cesará también la acción. Dos cosas son necesarias para una vida de acción consistente y estable, a saber, el Espíritu Santo, como el poder para la acción, y la Palabra como guía verdadera. Para usar una ilustración corriente, en el ferrocarril el vapor (o el motor) es de poco valor si los rieles no están firmemente asentados en la tierra; el primero es la potencia por la cual nos movemos, y lo segundo es la dirección que seguimos. Es innecesario añadir que los rieles serían inútiles sin el vapor. Abraham poseía las dos cosas: de Dios había recibido poder para obrar, y de Dios había recibido el mandamiento de obrar. Su obediencia era de naturaleza muy explícita, y esto es de gran importancia. Se halla con frecuencia lo que se parece a abnegación, lo que en realidad no es otra cosa que la actividad inconstante de una voluntad no sumisa a la poderosa influencia de la Palabra de Dios. Toda abnegación y devoción de esta clase no lo es más que en apariencia, y carece de valor, y el espíritu que lo produce se disipa muy pronto. Se puede establecer como principio general que toda vez que la abnegación pasa los límites trazados por la Palabra de Dios, es cosa sospechosa; si no llega a estos límites, es imperfecta, y si va más allá, yerra. Sin duda que hay modos de obrar extraordinarios mediante los cuales el Espíritu de Dios proclama su propia soberanía y se eleva por encima de los límites ordinarios; pero, en tal caso, la prueba de la acción divina es bastante poderosa para convencer a todo hombre espiritual. Estos casos excepcionales tampoco contradicen, de ningún modo, la verdad en cuanto a que la fidelidad y la verdadera abnegación siempre se fundan en un principio divino y se rigen por un principio divino. Se puede pensar que sacrificar a un hijo sea un acto de abnegación extraordinaria, pero es preciso acordarse que lo que dio a este acto su valor, a la vista de Dios, fue el hecho sencillo de que se fundaba en el mandamiento de Dios. Continuará...

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