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jueves, 5 de diciembre de 2024
GÉNESIS PARTE 180
ISAAC E ISMAEL
La vieja naturaleza no puede ser cambiada
Las religiones humanas conceden siempre mayor o menor figuración a la criatura, guardando en su casa a la esclava y a su hijo, dejando al hombre algo de que gloriarse. El cristianismo puro, en cambio, excluye la vieja naturaleza al no dejarle parte alguna en la obra de la salvación: echa fuera a la sierva con su hijo y da toda la gloria al único al cual ésta le pertenece.
La esclavitud de la ley en oposición con la libertad cristiana
Veamos ahora qué son realmente esta sierva y su hijo y qué es lo que simbolizan. El capítulo 4 de la epístola a los Gálatas nos lo dice claramente, y el lector hallará provecho si lo estudia con atención. La esclava representa el pacto de la ley, y su hijo a todos los que se prevalen de las obras de la ley o se apoyan sobre el principio de la ley.
La esclava sólo engendra para la esclavitud, y no puede dar a luz hombre libre alguno. La ley nunca ha podido dar libertad a nadie, porque ejerce autoridad sobre el hombre mientras viva (Romanos 7:1). Entre tanto que viva yo bajo el dominio de otro, cualquiera que sea, no soy libre; así es que, mientras viva bajo la ley, ésta tiene dominio sobre mí, y solamente la muerte me puede librar de su dominio, como lo sabemos por la bendita enseñanza del capítulo 7 de la epístola a los Romanos: “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (v. 4). He aquí la libertad, porque “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). “De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre” (Gálatas 4:31).
Merced al poder de esta libertad estamos en condiciones de obedecer al mandamiento: “Echa a esta sierva y a su hijo” (v. 10). Si no sé que soy libre, procuraré conseguir la libertad por los medios acaso más extraños; en otras palabras, si conservo la esclava en casa haré esfuerzos por conseguir la vida tratando de guardar la ley, procurando así establecer mi propia justicia. Para rechazar este elemento de servidumbre, se necesitará sin duda una lucha, porque el legalismo es natural al corazón humano. “Este dicho pareció grave en gran manera a Abraham a causa de su hijo” (v. 11). No obstante, por penoso que fuese el acto de que hablamos, es conforme a la voluntad de Dios que nos mantengamos firmes en la libertad con que Cristo nos ha libertado, no permitiéndonos ser cautivados de nuevo bajo algún yugo de servidumbre (Gálatas 5:1).
Continuará...
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