miércoles, 20 de noviembre de 2024

GÉNESIS PARTE 166

LOT Y EL JUICIO DE SODOMA Lot sentado en la puerta Fijemos ahora la atención en la parte solemne de la Historia Sagrada a la cual hemos llegado. “Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma” (v. 1), en el puesto de la autoridad. Había avanzado: «se había abierto camino en el mundo», había tenido éxito, a vista humana. Anteriormente había ido poniendo sus tiendas paso a paso hasta Sodoma; más tarde, sin duda, penetró en la ciudad misma y ahora le hallamos sentado a la puerta, en el puesto de las personas influyentes. ¡Cuánto se diferencia esto de la escena que abre el capítulo anterior! La razón de ello, querido lector, es obvia: Abraham “por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas” (Hebreos 11:9). Nada de esto se nos dice de Lot. No se podría decir: «Por la fe estaba Lot sentado a la puerta de Sodoma.» No, no; Lot no ocupa ningún puesto en la lista de los nobles mártires de la fe, en la “nube de testigos” del poder de la fe (Hebreos 11 y 12:1). El mundo fue para él un lazo, y las cosas presentes su ruina. Él no se sostuvo “como viendo al Invisible”(Hebreos 11:27). Sus ojos estaban fijos en las “cosas que se ven... las que son temporales” mientras que los de Abraham descansaban en las que “no se ven, (las que) son eternas” (2 Corintios 4:18). Era inmensa la diferencia entre estas dos personas, las que, no obstante haber empezado juntas su carrera, llegaron a resultados muy diferentes, al menos en orden a su testimonio público. Sin duda Lot se salvó, pero esto fue “como por fuego” (1 Corintios 3:15), porque su obra fue quemada. Abraham, al contrario, tuvo una rica entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 1:11). Además, no vemos en ninguna parte que a Lot se le haya concedido el disfrute de los honores y privilegios que se le acordaron a Abraham. En lugar de recibir en su morada la visita del Señor, leemos que “afligía cada día su alma justa” (2 Pedro 2:8). En lugar de disfrutar de la comunión con el Señor, se hallaba a lamentable distancia de él; en lugar de interceder por otros, apenas podía orar por sí mismo. Dios permanece con Abraham para comunicarle sus pensamientos, mientras que a Sodoma sólo envía sus mensajeros, y a éstos apenas si les consiente que entren en la casa de Lot para aceptar su hospitalidad. “No” —responden— “que en la calle nos quedaremos” (v. 2). ¡Qué reproche! ¡Cuán diferente es esta respuesta a la que el Señor le dirige a Abraham, diciéndole: “Haz así como has dicho” (18:5). Continuará...

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