miércoles, 13 de noviembre de 2024

GÉNESIS PARTE 159

ANDAR POR LA FE - LA CIRCUNCISIÓN Abraham, amigo de Dios ¡Indudablemente! Las palabras de nuestro Señor (Juan 14:23, 24) ponen fuera de duda este asunto y demuestran, además, que la pretensión de amar a Cristo sin guardar su palabra es hipocresía: “El que me ama, guardará mi palabra”. Si, pues, no la guardamos, es prueba evidente de que no andamos conforme al amor por el nombre de Cristo. Nuestro amor a Cristo se manifiesta cuando hacemos las cosas que nos ha mandado y no consiste en decir: “Señor, Señor”. ¿Para qué sirve decir: «Yo voy, Señor», mientras que el corazón ni siquiera piensa en ir? (Comp. Mateo 21:28-32). Una vida con Dios Aun cuando veamos a Abraham caído en faltas de detalle, notamos en él algo que, de manera general, le distingue: una vida con Dios, elevada, verdadera, íntima, por lo que, en la parte de su historia que meditamos, disfruta de tres privilegios particulares, a saber: de ofrecer a Dios algo que le es agradable; de estar en plena comunión con Dios y de interceder por otros delante de Dios. Estos son privilegios gloriosos que acompañan a un proceder santo, a una vida de separación y obediencia. La obediencia es agradable al Señor por ser el fruto de su propia gracia en nuestros corazones. Vemos cómo el único hombre perfecto que haya existido, constantemente deleitaba al Padre: varias veces Dios le rinde testimonio desde el cielo, diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). La vida de Cristo en la tierra era para el cielo un motivo de gozo continuo: todos sus caminos hacían subir sin cesar el incienso de suave olor ante el trono de Dios. Desde el pesebre hasta la cruz hizo siempre lo que era agradable al Padre. No hubo en su camino ni interrupción, ni variación, ni escollo. Fue el único perfecto. Sólo en él pudo trazar el Espíritu Santo una vida perfecta en la tierra. Al seguir el curso de la Historia Sagrada, encontramos de vez en cuando una alma que ocasionalmente ha regocijado al cielo. Así, en el capítulo que nos ocupa, hallamos al extranjero en el valle de Mamre, en su tienda, ofreciendo a Jehová lo que le era agradable: los dones fueron ofrecidos por amor y aceptados de buena voluntad. Vemos a Abraham disfrutando de una comunión íntima con Jehová, lo que le permite interceder primero por lo que personalmente le concierne (v. 9-15) y luego por los habitantes de Sodoma (v. 16-21). ¡Qué fortalecimiento para el corazón de Abraham reconstituyó la promesa de Dios: “Sara... tendrá un hijo”! (v. 10). No obstante, esta promesa no produjo en Sara más que una sonrisa, como a Abraham en el capítulo anterior. Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario