martes, 12 de noviembre de 2024

GÉNESIS PARTE 158

ANDAR POR LA FE - LA CIRCUNCISIÓN Sellados con el Espíritu Santo Tales son los preciosos frutos de los consejos maravillosos, insondables y eternos del amor redentor, y somos “sellados”, no con un sello exterior, en la carne, sino con el Espíritu Santo. Toda la familia de la fe está sellada con este sello. El valor y la eficacia invariable de la sangre de Cristo son tales que el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad eterna, puede venir y hacer su morada en cada uno de los que han puesto en él su confianza. ¿Qué les queda por hacer, pues, a los que saben estas cosas, sino permanecer “firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre”? (1 Corintios 15:58). ¡Oh Señor, que así sea por la gracia de tu Espíritu Santo! COMUNIÓN DE ABRAHAM CON JEHOVÁ Abraham, amigo de Dios Este capítulo nos ofrece un hermoso ejemplo de los resultados de una vida de separación y obediencia: “He aqui, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23). Estos textos, puestos en relación con el contenido del capítulo que nos ocupa, demuestran que la clase de comunión de la que disfruta el alma obediente es cosa del todo desconocida para quien se mueve en una atmósfera mundana. Este no toca ni del modo más remoto la cuestión del perdón o justificación. Todos los creyentes son revestidos de un mismo “manto de justicia” (Isaías 61:10); están todos colocados delante de Dios bajo una sola y misma justificación. La misma vida espiritual desciende de la Cabeza, que está en el cielo, y se comunica a todos los miembros en la tierra. Esta doctrina importante, varias veces explicada ya en las páginas anteriores, está establecida de la manera más clara en las Escrituras, pero debemos recordar que la justificación y los frutos de la justificación son dos cosas completamente diferentes. El ser hijo es una cosa, e hijo obediente, otra. Un padre ama a su hijo obediente y le hace depositario de sus pensamientos y de sus planes. ¿No sucede lo mismo con respecto a nuestro Padre celestial?

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