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lunes, 4 de noviembre de 2024
GÉNESIS PARTE 150
ANDAR POR LA FE - LA CIRCUNCISIÓN
El Dios Todopoderoso
En este capítulo vemos cómo Dios remedia la falta de Abraham. “Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto” (v. 1). Quiero explicar un poco la palabra “perfecto”. Si bien Abraham fue llamado a ser “perfecto”, esto no significa que debía ser perfecto en sí mismo —lo que es y ha sido siempre imposible— sino simplemente perfecto en cuanto al objeto de sus afectos, es decir, que su esperanza y su espera debían estar concentradas perfectamente y sin partición en el “Dios Todopoderoso”.
La palabra “perfecto” es empleada en el Nuevo Testamento por lo menos con cuatro sentidos diferentes. Leemos en Mateo 5:48: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Aquí el contexto nos enseña que la palabra “perfecto” se refiere al principio de nuestro andar, pues un poco antes, en el mismo capítulo, leemos: “Amad a vuestros enemigos... para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (v. 44,45).
Ser “perfecto” en el sentido del versículo 48, significa, pues, obrar según un principio de gracia hacia todos, incluso hacia aquellos que nos injurian y que nos hacen daño. Un cristiano que litiga o disputa para sostener sus derechos, no es “perfecto” como su Padre, pues su Padre obra por gracia, mientras que él obra esgrimiendo la justicia. No es cuestión de saber si es justo o injusto entrar en litigio con las gentes del mundo (por cuanto, si se trata de hermanos, 1 Corintios 6 es concluyente), sino que todo lo que queremos establecer es que todo cristiano que entra en pleito obra de una manera enteramente opuesta al carácter de su Padre; pues su Padre no pleitea con el mundo. Él no tiene ahora su sede en un trono de juicio, sino en un trono de misericordia y de gracia. Distribuye sus bendiciones sobre aquellos que, si fueran sometidos al juicio divino, ya estarían condenados. Es evidente, pues, que un cristiano que hace comparecer a un hombre a juicio no es “perfecto, como (su) Padre que está en los cielos es perfecto”. Continuará...
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