domingo, 3 de noviembre de 2024

GÉNESIS PARTE 149

LA INCREDULIDAD Y SUS CONSECUENCIAS FUNESTAS Bajo la ley, Dios permaneció, en algún sentido, tranquilo para ver lo que podían hacer los hombres; mientras que, en el Evangelio, vemos a Dios activo y a los hombres llamados a permanecer “quietos (para ver) la salvación de Jehová con vosotros” (2 Crónicas 20:17). Siendo esto así, el apóstol no titubea en decir a los gálatas: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5:4). Si el hombre tiene algo que hacer en el asunto de la salvación, Dios queda excluido, y si Dios queda excluido, la salvación resulta imposible, puesto que es imposible que el hombre cumpla una salvación por medio de lo que demuestra que él es un ser perdido. Si, pues, la salvación es un asunto de la gracia, es preciso que sea totalmente por gracia. No puede ser algo mitad ley y mitad gracia, ya que los dos pactos son absolutamente distintos. No puede ser mitad Sara y mitad Agar. Si es Agar, Dios queda excluido; si es Sara, el hombre queda excluido, y así es desde el principio hasta el fin. La ley se dirige al hombre; le pone a prueba, le demuestra para qué sirve, le convence de que ha caído, le coloca y le mantiene bajo la maldición mientras confíe en ella, es decir, mientras esté vivo. “La ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive” (Romanos 7:1); pero, cuando muere, necesariamente cesa el señorío que aquélla ejerce respecto de lo que le pertenece (véase Romanos 7:16; Gálatas 2:19, Colosenses 2:20; 3:3), aun cuando ella conserve vigente su autoridad para maldecir a todo hombre viviente. El Evangelio, en cambio, al afirmar que el hombre está perdido, caído, muerto, revela a Dios tal cual es: como Salvador de los perdidos, como quien perdona al culpable y vivifica a los muertos. No nos presenta a Dios como quien exige cosa alguna del hombre (pues ¿qué se le puede pedir a un muerto que ha ido a la quiebra?), sino como quien despliega su libre gracia en la obra de la redención. La diferencia entre los dos pactos —el de la ley y el de la gracia— es, por tanto, inmensa, y permite comprender la fuerza extraordinaria de las expresiones del apóstol en la carta a los Gálatas: “Estoy maravillado”... “¿quién os fascinó?... “temo de vosotros”... “estoy perplejo en cuanto a vosotros”... “¡ojalá se mutilasen los que os perturban!” (Gálatas 1:6; 3:1; 4:11-20; 5:12). Éstas son expresiones inspiradas por el Espíritu Santo, quien conoce el valor de un Cristo completo, de una salvación completa y quien sabe también cómo el conocimiento de lo uno y de lo otro es necesario para el pecador perdido. Continuará...

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