sábado, 2 de noviembre de 2024

GÉNESIS PARTE 148

LA INCREDULIDAD Y SUS CONSECUENCIAS FUNESTAS La ley y la gracia El error en que habían caído los gálatas consistía en añadir algo de “la naturaleza” a lo que Cristo ya había cumplido en la cruz. El Evangelio que Pablo les había anunciado, y que los gálatas habían recibido, era la sencilla presentación de la gracia de Dios, absoluta, sin reserva ni condición. “Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado” (Gálatas 3:1). No fue simplemente una promesa de Dios, sino una promesa divina y gloriosamente cumplida. El Cristo crucificado correspondía perfectamente tanto a las exigencias de Dios como a las necesidades de los hombres; pero los falsos maestros trastornaron o procuraron trastornar todo el Evangelio de Cristo, diciendo: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hechos 15:1), y así, según la declaración del apóstol mismo, desechaban “la gracia de Dios” y “por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21). Cristo, un Salvador completo Es preciso que Cristo nos sea el Salvador completo, si no, no lo es de ningún modo. Desde el momento en que alguien diga: «A no ser que vosotros seáis esto y lo otro no podéis ser salvos», trastorna de arriba abajo el Evangelio de Cristo, puesto que este Evangelio me revela a Dios bajando hasta mí, tal cual soy, miserable pecador culpable y perdido por falta propia, y además trayéndome completa remisión de todo pecado y plena salvación de mi estado de perdición, en virtud de la obra cumplida por él mismo en la cruz. Por ello, si alguien dice: «Es preciso que seáis esto y lo otro para ser salvos», despoja a la cruz de toda su gloria y nos quita toda la paz, porque si la salvación depende de lo que nosotros seamos o de lo que hagamos, estamos perdidos sin remedio. Pero —alabado sea Dios— no es así. El gran principio fundamental del Evangelio es que Dios es todo y el hombre nada-, no es una mezcla de Dios y de hombre, sino que todo es de Dios. La paz que ofrece el Evangelio no descansa én parte en la obra de Cristo y en parte en la obra del hombre, sino entera y únicamente en la obra de Cristo, porque esta obra es perfecta, siempre perfecta, y hace perfectos, como ella misma, a todos los que en ella confían. Continuará...

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