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lunes, 28 de octubre de 2024
GÉNESIS PARTE 143
LA INCREDULIDAD Y SUS CONSECUENCIAS FUNESTAS
Impaciencia de Sarai
En cuanto a Sarai, lo que le dijo a Abraham se reduce, en realidad, a esto: «Dios me ha faltado; acaso me servirá de recurso mi criada egipcia». Todo menos Dios conviene al corazón incrédulo; y con frecuencia quedamos muy sorprendidos de ver a qué torpezas suele apelar el creyente cuando pierde el sentimiento de la presencia de Dios y se olvida de que Su fidelidad jamás falta y que Él basta para todo. Tal alma pierde aquella disposición apacible y aquel equilibrio que son tan necesarios para el testimonio fiel del que anda por la fe, y, como el mundo, recurre a toda especie de expedientes para conseguir su fin. Y a esto lo llama «hacer uso prudente de los medios».
Pero resulta cosa amarga y de consecuencias siempre funestas el hecho de sustraerse de una dependencia absoluta respecto de Dios. Si Sarai hubiera dicho: «La naturaleza no me ayuda, pero Dios es mi esperanza», todo habría resultado muy diferente. Habría descansado en fundamento firme y verdadero, porque, de hecho, la naturaleza no le era propicia. Pero eso era la naturaleza bajo una forma; y Sarai, quien no había aprendido todavía a quitar sus ojos de la naturaleza bajo todas sus formas, quiso ponerla a prueba bajo otra. A juicio de Dios, como al de la fe, la naturaleza de Agar no valía más que la de Sarai: la naturaleza, vieja o joven, para Dios es la misma, y, por lo tanto, también lo es para la fe. Pero esta verdad no tiene poder sobre nosotros mientras Dios no haya llegado a ser experimentalmente el centro de nuestra existencia. Desde el momento en que quitamos la vista de ese Dios glorioso, somos capaces de entregamos a las invenciones más viles de la incredulidad; y solamente mientras nos apoyamos con toda seriedad en el Dios vivo, único verdadero y sabio, podemos renunciar a todo lo que es de la criatura humana. No que menospreciemos los medios de que se sirve Dios, lo que sería señal de indiferencia y no de fe. La fe hace caso del instrumento, no a causa del instrumento mismo, sino a causa del que lo emplea, mientras que la incredulidad sólo se fija en el instrumento y hace depender el éxito del aparente poder del mismo, en lugar de juzgarlo según la suficiencia del que en gracia se vale de él. Saúl, mirando primero a David y luego al filisteo, dijo: “No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho” (1 Samuel 17:33). Pero para David no se trataba de si él podía vencer al filisteo, sino si Jehová lo podía hacer. Continuará...
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