miércoles, 16 de octubre de 2024

GÉNESIS PARTE 131

JEHOVÁ HACE PACTO CON ABRAHAM Hijo y heredero El resto del capítulo expone los dos grandes principios sobre los cuales descansa la calidad de hijo y de heredero. “Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno, Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa” (v. 2, 3). Abraham deseaba un hijo porque sabía, por la misma palabra de Dios, que había de heredar el país (cap. 13:15). La calidad de hijo y la de heredero están inseparablemente unidas en los pensamientos de Dios. “Un hijo tuyo será el que te heredará” (v. 4). La calidad de hijo es la verdadera base de todo, y, además, el resultado del soberano consejo y de la operación de Dios, de modo que leemos en la epístola de Santiago, capítulo 1:18, que “Él, de su voluntad, nos hizo nacer”, y, por fin, esta calidad descansa sobre el principio eterno y divino de la resurrección. ¿Cómo podía ser de otro modo? El cuerpo de Abraham estaba “casi muerto” (Hebreos 11:11-12), de suerte que aquí, como en todo, la calidad de hijo no pudo existir sino por la potencia de la resurrección. La naturaleza está muerta y no puede engendrar en absoluto para Dios. La herencia se desplegaba, en toda su extensión y magnificencia, ante la vista de Abraham, pero ¿dónde estaba el heredero? El cuerpo de Abraham, como el vientre de Sarai, responden muerte (17:17), pero Jehová es el Dios de la resurrección, siendo por lo mismo un cuerpo muerto el material apropiado para su obra. Si la naturaleza no estuviera muerta, sería necesario que Dios la hiciera morir antes de poder manifestar plenamente su potencia en ella. La esfera que más conviene al Dios viviente es una escena de muerte de la cual se hayan excluido las vanas y orgullosas pretensiones del hombre. He aquí la razón por la cual Jehová dijo a Abraham: “Mira ahora a los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (v. 5). Cuando el alma contempla al Dios de la resurrección, no hay límite para las bendiciones de las cuales ella resulta objeto, porque nada le es imposible al que puede dar vida a los muertos. Continuará...

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