martes, 8 de octubre de 2024

GÉNESIS PARTE 123

RESTAURACIÓN DE ABRAHAM Y SU SEPARACIÓN DE LOT La parte de Abraham Así todas las cosas ayudaron a bien a Abraham, proporcionándole una cosecha de bendiciones. Acordémonos —y es ésta una verdad solemne y a la vez animadora— de que en el transcurso del tiempo cada cual halla su propio nivel, si así lo puedo decir. Todos los que corren sin ser llamados acaban por caer, de un modo u otro, volviendo a las cosas que profesaban haber abandonado. Por otra parte, todos los llamados por Dios, y que se apoyan en él, quedan sostenidos por su gracia. “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18). Este pensamiento nos debe humillar, haciéndonos vigilantes para la oración: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12) porque ciertamente habrá “postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros” (Lucas 13:30). “El que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13), es un principio que, cualquiera sea su aplicación particular, encierra un significado moral de vasto alcance. Se ha visto salir del puertó, orgullosamente, embarcaciones con todas sus velas desplegadas, en medio de las aclamaciones y aplausos de las muchedumbres que auguraban una travesía magnífica, pero ¡ay! las tempestades, las olas, los escollos, los arrecifes y los bajos cambiaron fácilmente el aspecto de todo, y el viaje, principiado bajo los auspicios más favorables, terminó en desastre. Aquí no hago alusión sino al servicio y al testimonio, y de ningún modo al asunto de la aceptación y salvación eterna del creyente en Cristo. Esta salvación —a Dios gracias por ella— no depende en absoluto de nosotros, sino del que dijo: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie les arrebatará de mi mano” (Juan 10:28). Pero vemos frecuentemente a los cristianos entrar en servicio o ministerio especial bajo la impresión de que son llamados de Dios para el mismo, y al cabo de algún tiempo les vemos desfallecer en su trabajo. Y, más aun, muchos que, después de haber profesado ciertos principios de acción particular, respecto a los cuales no habían sido enseñados por Dios o no habían considerado con madurez en la presencia de Dios, como consecuencia inevitable luego de un tiempo se encontraron en violación abierta de esos mismos principios. Continuará...

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