martes, 10 de septiembre de 2024

GÉNESIS PARTE 95

EL DILUVIO Y NOÉ El cuervo y la paloma El mal es peor porque su carácter es más insidioso y está más oculto. Las ordenanzas imponen sus demandas como necesarias para completar la obra de Cristo. Dicen que no es Cristo quien salva sino Cristo en unión con el cumplimiento de las ordenanzas. De esta manera, Cristo queda despojado de todo su mérito, porque aquello que comienza con una combinación de Cristo y ordenanzas, tiene que terminar en ordenanzas y nada de Cristo. Éste es un asunto de solemne importancia para toda persona que insista en la necesidad de sostener una religión llena de estos mandamientos y fórmulas fijas. “¿De qué aprovecha la circuncisión?” (Romanos 3:1), “porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión” (Gálatas 5:6). La salvación tiene que emanar enteramente de Cristo o no tendrá ningún valor. El diablo procura persuadir a los hombres de que están honrando a Dios y a Cristo cuando manifiestan su respeto por las ordenanzas, porque sabe bien que están conformándose con un culto falso en el que se deifica una cosa humana y se desecha la lealtad que Cristo demanda de ellos. Como alguien lo ha dicho, la tendencia de la superstición es magnificar la ordenanza; la tendencia de la infidelidad y el indiferentismo es anularla. Pero la fe la usa de conformidad con las instrucciones divinas. Es interesante considerar todo el tema del arca y del diluvio en sus relaciones con el bautismo. El bautismo es comparado a la travesía del viejo mundo hacia el nuevo, en espíritu, en principio y por medio de la fe. El viejo hombre está como sepultado bajo las aguas. Ya no hay más lugar para él en la nueva naturaleza; la carne, con todo lo que de ella depende —sus pecados, sus iniquidades, sus responsabilidades—, está como enterrada en la tumba de Cristo, y ya jamás puede aparecer ante los ojos de Dios. Pero, como Cristo resucitó de los muertos, con el poder de una nueva vida, habiendo quitado enteramente nuestros pecados, el hombre bautizado también sale del agua, proclamando, por decirlo así, que, merced a la gracia de Dios y a la muerte de Cristo, entra en posesión de una vida nueva, a la cual está inseparablemente unida la justicia de Dios. “Somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (véase Romanos 6:3-6 y Colosenses 2:12; comp. también 1 Pedro 3:18-22). Continuará...

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