viernes, 27 de septiembre de 2024

GÉNESIS PARTE 112

ABRAHAM Y EL PAÍS DE CANAÁN “El glorioso evangelio del Dios bendito” Tal es el infinitamente glorioso camino de Dios. Conforme a éste obró con Abram, con Saulo de Tarso y así obra con respecto a nosotros. El Dios de gloria mostró a Abram mejor patria que la de Ur y Harán, hizo ver a Saulo de Tarso una gloria tan resplandeciente que quedaron cerrados sus ojos a todos los esplendores de la tierra, de suerte que en adelante los tenía por “basura para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8), quien le había aparecido, y cuya voz había resonado hasta en lo más profundo de su alma. Saulo vio un Cristo celestial en la gloria, y durante todo el resto de su carrera terrestre, a pesar de la flaqueza deL“vaso de barro” (Números 5:17 y Romanos 9:20), este Cristo celeste y esta gloria celeste llenaron su alma entera. Dios responde a la fe de Abraham pero pone a prueba a su siervo “Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra” (v. 6). La presencia de los cananeos en la tierra de Jehová fue necesariamente para Abraham un llamamiento a la fe y a la esperanza, un ejercicio de corazón, una prueba de paciencia. Había dejado Ur y Harán para trasladarse al país del cual “el Dios de gloria” le había hablado, y allí halló a los cananeos. Pero “apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra” (v. 7). El conjunto de estas dos declaraciones es de una hermosura conmovedora. “El cananeo estaba entonces en la tierra” (v. 6), y para que Abraham no pusiese sus ojos en el cananeo, entonces poseedor de la tierra, Jehová le apareció como dueño dispuesto a darle ese país a él y a su posteridad para siempre. Así los pensamientos de Abraham fueron dirigidos a Jehová, y no a los cananeos, en lo que hay para nosotros una enseñanza preciosa. Los cananeos en el país son la expresión del poder de Satanás pero, en lugar de preocupamos del poder deSatanás —lo que nos alejaría de nuestra herencia— somos llamados a asimos del poder de Cristo, quien nos introduce en la herencia. “No tenemos lucha contra sangre y carne, sino... contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). La esfera misma a la cual somos llamados es la escena de nuestra lucha. ¿Hemos de espantamos del enemigo? Ciertamente que no, porque Cristo está por nosotros, el Cristo victorioso en el cual “somos más que vencedores” (Romanos 8:37). Por lo mismo, en lugar de abandonamos a un espíritu de temor, vivimos con un espíritu de adoración. Abram “edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido. Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda” (v. 7, 8). Continuará...

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