jueves, 26 de septiembre de 2024

GÉNESIS PARTE 111

ABRAHAM Y EL PAÍS DE CANAÁN “El glorioso evangelio del Dios bendito” ¡Cuán diferente en todos sentidos es “el glorioso evangelio del Dios bendito” (1 Timoteo 1:11) a toda esa irrisoria doctrina del legalismo! Ese Evangelio nos revela a Dios mismo descendiendo en perfecta gracia, quitando el pecado de la manera más absoluta mediante el sacrificio de la cruz y sobre el fundamento de la justicia eterna, habiendo Cristo sufrido por el pecado, hecho por nosotros “pecado” (2 Corintios 5:21). Y Dios no sólo quita el pecado, sino que comunica la vida nueva, la vida de resurrección, que es la misma vida de su propio Hijo resucitado y glorificado, la vida que todo verdadero creyente ya posee, en virtud de que, en el eterno consejo de Dios, está unido al que fue clavado a la cruz, pero que ahora está sentado en el trono de la Majestad en los cielos. A esta nueva naturaleza —como ya lo hemos hecho notar— Dios, en su bondad, la guía por los preceptos de su santa Palabra, aplicada por el Espíritu Santo; la anima también presentándole esperanzas indestructibles; a distancia le revela “la esperanza, de la gloria” (Romanos 5:2), “la ciudad que tiene fundamentos”, la “patria... mejor, esto es, celestial” (Hebreos 11:10, 14, 16), las “muchas moradas” (Juan 14:2) en la casa del Padre, las arpas de oro, las palmas verdes y las “ropas blancas” (Apocalipsis 7:9), el “reino inconmovible” (Hebreos 12:28), la comunión eterna con él en esas regiones en las cuales no habrá más noche ni dolor, la gracia indecible de ser güiado eternamente “a fuentes de aguas de vida” (Apocalipsis 7:17) en el paraíso del amor del Redentor. ¡Cuán diferente es todo esto de las ideas del legalista! Dios, en vez de exhortarme a abandonar las cosas de la tierra que amo para obtener un cielo que aborrezco; en lugar de desarrollar y gobernar una naturaleza caída, Dios —decía— en su gracia infinita, y en virtud del sacrificio hecho por Cristo, me comunica una naturaleza capaz de gozar del cielo y me da un cielo del que puede gozar esta naturaleza, y no sólo un cielo sino su propia persona, fuente inagotable de toda la bienaventuranza del cielo. Continuará...

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