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martes, 24 de septiembre de 2024
GÉNESIS PARTE 109
ABRAHAM Y EL PAÍS DE CANAÁN
Harán y los impedimentos familiares
Volvamos ahora a nuestro tema. No nos consta cuánto tiempo se detuvo Abraham en Harán. De todos modos, Dios, en su gracia, veló por su siervo hasta que éste, libre ya del impedimento de la naturaleza, obedeció del todo a su mandamiento. Pero no hubo ni pudo haber concierto entre el mandamiento y las circunstancias en las cuales se hallaba Abraham según la naturaleza. Dios ama demasiado a sus siervos para privarles de la bienaventuranza completa que sólo acompaña a la obediencia completa.
Conviene notar que Abraham no recibió ninguna nueva revelación durante su residencia en Harán. Para que Dios nos dé nueva luz es preciso que nuestra conducta esté a la altura de la luz que ya nos ha comunicado. “A todo el que tiene, se le dará” (Lucas 8:18). Tal es el principio divino. De todos modos, recordemos que Dios no nos arrastra a remolque en el sendero de la obediencia y del servicio verdadero; hacerlo así comprometería la excelencia moral que caracteriza a todos los caminos de Dios. Dios no nos arrastra, nos atrae y nos hace andar así en el camino que conduce a la dicha inefable que está en Él mismo; y si nosotros no comprendemos que nos es ventajoso franquear toda barrera de la naturaleza para responder al llamamiento de Dios, faltamos a la gracia que se nos ha concedido. Pero ¡ay! nuestros corazones comprenden tan poco estas cosas. Empezamos por contar los sacrificios, los impedimentos y las dificultades en lugar de correr por el camino de la obediencia, llenos de ardor en nuestras almas como los que conocen y aman a Aquel cuyo llamamiento ha resonado en nuestros oídos.
Cada paso en el camino de la obediencia va acompañado de bendiciones positivas, porque la obediencia es el fruto de la fe, y la fe nos sitúa en una viva asociación y comunión con Dios mismo. Si consideramos la obediencia bajo este punto de vista, veremos sin dificultad cuánto se diferencia ella del legalismo (el que enseña la salvación por la obediencia a la ley) en cada uno de sus caracteres distintivos. El legalismo coloca al hombre, cargado con todo el peso de sus pecados, en el sendero de las buenas obras para servir a Dios
cumpliendo los preceptos de la ley, de lo que resulta que el alma siempre se ve atormentada, y, lejos de correr por el camino de la obediencia, ni siquiera ha dado el primer paso. La verdadera obediencia, en cambio, no es más que la manifestación o fruto de una naturaleza nueva, comunicada por la gracia. Continuará...
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