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martes, 10 de enero de 2023
MANANTIALES DE VIDA 2, SOMOS EL HUERTO DE DIOS
CAPITULO 9
SOMOS EL HUERTO DE DIOS
“He entrado ya en mi jardín, hermana y novia mía, y en él recojo mirra y bálsamo; allí me sacio del panal y de su miel. Allí me embriago de vino y leche; ¡todo esto me pertenece!¡Coman y beban, amigos,
y embriáguense de amor” (Cantar de los cantares 5.1)
Cuando Jesús entra en comunión íntima con la iglesia, Él espera que nosotros demos el fruto deseado en conformidad a lo que se sembró en nosotros. Si somos de Dios, con toda seguridad daremos ese fruto deseado.
Antes que la tierra de fruto para satisfacción del sembrador la tiene que pasar por un trato, hay que arar la tierra, hay que despedregarla entre otros, por eso se menciona que ha recogido mirra y aromas. Y es que todo sacrificio tiene un costo. En la vida cristiana tendremos que pasar por algunas situaciones incómodas, con el fin de moldear nuestro carácter para que lleguemos a ser personas que agraden a Dios, en la prueba, aprendemos a valorar la obra que Dios está haciendo en nosotros.
La mirra era usada para consagrar (preparar) “Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume”. (Lucas 7. 36-38)
En este pasaje encontramos a esta mujer de mala reputación que anhelaba ver a Jesús con el fin de adorarle ungiendo sus pies con este perfume de mirra: es posible que ella, sin saberlo, estuviera preparando a Jesús para el día de su muerte. —Déjala en paz —respondió Jesús—. Ella ha estado guardando este perfume para el día de mi sepultura. (Juan 12. 7)
En esta ocasión encontramos a María, la hermana de Lázaro ungiendo sus pies con perfume de nardo, perfume fino y caro que María había estado guardando para esta ocasión. El adorar a Dios siempre va acompañado de sacrificio, siempre habrá que pagar un precio que debemos estar dispuestos a pagar, no se puede ofrecer un sacrificio que no nos cueste.
Podemos llegar a ser de grato olor (Aromas) cuando nos hallamos negado a nosotros mismos; curiosamente el olor se desprende cuando machacamos alguna especie o cuando se cocina (Prueba). El aceite de oliva se obtiene cuando es machacado. Recuerdo la parábola de las diez vírgenes cuando se les recomienda a las cinco vírgenes insensatas que se les había terminado el aceite, que fueran a comprar más aceite: esta escena nos muestra que, para estar preparado para ese día glorioso, tendremos que pagar el precio: no quiero que me malinterpreten, no me refiero a la salvación que es un regalo de Dios incondicional, me refiero a la unción del Espíritu Santo (Aceite) que es necesaria para esta ocasión. “Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios” (Efesios 5:1, 2)
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